Federico Heinlein
2/5/1997
En la Sala América de la Biblioteca Nacional escuchamos un interesantísimo concierto de obras contemporáneas organizado por el Instituto de Música de Santiago. Jeannette Pérez (soprano), Mirtha Rojas (piano), Heidi Schubiger (arpa), Alejandro Tagle (violonchelo) y Daniel Vidal (oboe o corno inglés) tuvieron a su cargo una exigente selección de páginas compuestas en vísperas, durante y poco después de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando escribió su Sonata para oboe y piano, Paul Hindemith ya había emigrado de la Alemania de Hitler, llevando una vida ambulante entre los Estados Unidos, Suiza e Inglaterra. Suelto a la vez que áspero, su lenguaje es de una politonalidad en la que el contrapunto y la armonía hallan un original equilibrio. Dentro de ese idioma progresista, Daniel Vidal y Mirtha Rojas mostraron un profesionalismo capaz de vencer con aplomo todas las dificultades apiladas en la imaginativa composición.
Alberto Ginastera todavía estudiaba en el Conservatorio Nacional de Buenos Aires cuando concibió sus Tres Danzas Argentinas para piano. Mirtha Rojas aportó la técnica y el temperamento requeridos para los trozos virtuosistas, quedándole debiendo un poquito más de gracia a la Moza Donosa del número central.
La Pampeana N2 (1950), del mismo autor, tuvo intérpretes de gran solidez en Alejandro Tagle y la pianista, sobresaliente en la pausada Introducción. La raigambre folclórica de esta partitura fue captada con plena autoridad, rivalizando el poderío del chelo con la expresiva voz de las teclas.
Después del intermedio, la soprano Jeannette Pérez, Daniel Vidal en corno inglés alternando con oboe, Alejandro Tagle y la arpista Heidi Schubiger presentaron la Suite Litúrgica (1942), de André Jolivet. Discípulo de Edgar Varese y, con Messiane y otros, miembro del grupo La Joven Francia, Jolivet escribió esta suite en los días más aciagos de su patria bajo la ocupación alemana.
El Preludio instrumental mezcla rasgos del impresionismo con un fuerte incienso oriental. Inspirado en música de Arabia parece también el Interludio antes del Final. Fuera de ello, caracterizan la obra su tono hímnico y pasajes de magia sugerente.
La colaboración de los cuatros artistas fue impecable, primando sobre todo el bello y firma material de la cantante. Piezas como los dos Aleluyas y el Magníficat debieron gran parte de su impacto a la radiación de esa voz privilegiada. El numeroso publico no escatimó aplausos para los intérpretes, y fue muy edificante comprobar el éxito de este programa contemporáneo nada fácil.