Federico Heinlein
10/5/1997
Bajo ese título se desarrolló, durante toda la semana, el primer festival de música latinoamericana organizado conjuntamente por la Sociedad Chilena del Derecho de Autor, el Instituto Profesional Escuela Moderna y la Universidad de Chile, en cuyo teatro las diversas funciones tuvieron lugar. El día jueves, la Orquesta Sinfónica dio un concierto memorable con obras chilenas y mexicanas, dirigidas por la batuta de Marcelo Fortín.
Ya no fue sorpresa el obvio profesionalismo del maestro nacional invitado, quien, gracias a su admirable circunspección y exactitud, supo conseguir del conjunto un rendimiento de óptima calidad en páginas poco familiares o enteramente nuevas. Los músicos respondieron a la pericia del director con un espíritu acucioso que aseguró el nivel ejemplar de las entregas.
Como estreno mundial se escucharon las Variaciones para Orquesta (1996) de Hernán Ramírez, ganadoras del Tercer Concurso SCD de Música Docta de autor chileno. En este opus enorme y respetable predomina un constructivismo eminentemente cerebral, apenas mitigado por su abigarrada instrumentación. Es como si un demiurgo jugara con todos los parámetros a su alcance hasta llegar a producir efectos de recargadísima desmesura.
Largos respiros entre las variaciones sirven para disminuir el peso de la simultaneidad de tantos estímulos sonoros. La creación monumental, a veces casi ahogada por su multitud de ideas, fue acogida calurosamente, tras lo cual la máxima autoridad de la SCD, don Luis Advis, hizo entrega de su diploma al autor premiado.
Luego de la magnitud y los rigores de este Everest musical, bajamos a las placenteras llanuras mexicanas de Manuel Ponce (1882-1948). El hispanizante “Concierto del Sur” (1941), para guitarra y orquesta, halló en Romilio Orellana un solista de oficio técnico esmerado y finura interpretativa. El ímpetu de la Jota final arrebató al auditorio, obteniendo de encore un pensativo Preludio para guitarra sola, de Villa-Lobos, que corroboró la sensibilidad exquisita del intérprete chileno.
Después del intermedio oímos dos obras del ingenioso músico nacional Guillermo Rifo. “Pukará”, para tuba y orquesta, tuvo un solista excelente en Carlos Herrera, quien hizo maravillas con su voluminoso instrumento, al que arrancó las sonoridades mas elocuentes no sólo en su gran cadenza.. El compositor sabe crear un clima inquietante en esta partitura, con intervenciones sobresalientes de la percusión y aciagas señales bélicas que pintan el conflicto entre dos razas. Aquí y en el trozo anterior, Marcelo Fortín fue un flexible acompañante.
La suntuosa orquestación de la “Cueca del Cerro” nos mostró a Guillermo Rifo en una vena más sonriente, llena de juventud. Por último, el popular “Huapango”, de José Pablo Moncayo del mismo año que el “Concierto del Sur”, de su compatriota Manuel Ponce, se convirtió en un señalado triunfo para todos los participantes. Especie de fiesta popular, manifestación contundente de la alegría de vivir mexicana, fue recibida con júbilo por la numerosa concurrencia.