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Zubin Mehta (8/7/1997)

03 de Octubre de 2003 | 11:06 |
Federico Heinlein

8/7/1997

En el vasto recinto del Centro Cultural Estación Mapocho, la Orquesta Filarmónica de Israel ofreció su despedida de Chile. Los numerosos asistentes depararon al maestro Zubin Mehta y al conjunto las ovaciones debidas al nivel magnífico de sus entregas. Mozart, Richard Strauss y Brahms, amén de los encores solicitados por la multitud enfervorizada, recibieron interpretaciones de una jerarquía difícil o imposible de superar.

El primer Allegro de la Sinfonía N40 de Mozart surgió movido a la vez que conmovedor. El aporte luminoso de los vientos y la sonoridad esbelta de los arcos fueron vehículos de la tragedia latente bajo la tersa superficie. La sección desarrollo recibió particular elocuencia, y la energía del maestro se hizo sentir en cada detalle.

También el Andante, con sus fusas expresivas, tiene un fondo trágico, apenas desmentido por la curiosa abreviación de la cuarta corchea del penúltimo compás de ambas partes, que el director pide a los primeros violines. En el Trío del Minué, las trompas trajeron un rayo de esperanza, pronto apagado. Mehta subraya la reciedumbre del Allegro final, dándole una índole combativa, profundamente desconsolada.

Confirió vitalidad extraordinaria a “Las travesuras de Till”, de Richard Strauss, compositor proscrito durante años del repertorio de la Filarmónica de Israel, por razones ideológicas. La entrega de esta música exuberante y revoltosa equivalió a un triunfo de chispa y gracia sobre el dramatismo de algunos pasajes aciagos de la descriptiva trama: victoria del humor inmortal.

Entre el desempeño fabuloso de la orquesta merecen destacarse, al menos, la trompa y el clarinete solistas.

Hondamente certero fue el enfoque de la Sinfonía No.1 de Brahms. Desde el comienzo Mehta le imprime una marca de gran poderío junto a un apasionamiento sensacional, logrando construir la arquitectura de la obra del modo más convincente, con magníficas intervenciones de violas, chelos y maderas. Oboe, clarinete y el concertino destacaron en la calidez sonora del Andante.

Con mano delicada logra Zubin Mehta el carácter scherzando del tercer movimiento. Su dominio sobre la orquesta lo corrobora el pulso unitario que él sabe imprimir a la difícil introducción del tiempo final, con lucidos solos de trompa y flauta. Fogosidad imperiosa y un talante siempre temperamental llevaron la obra a una conclusión dionisíaca.

La personalidad avasalladora del maestro se impuso, igualmente, en los encores. La más sombría obertura de Verdi y el desenfreno jocoso de polkas de Johann Strauss premiaron la insistencia del público, que no reparó en la incomodidad de las sillas ni el constante ruido desapacible de alguna instalación (¿extractora del aire?). Estimamos eficiente la amplificación sonora de la orquesta gracias a múltiples micrófonos repartidos en el escenario.
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