Federico Heinlein
27/8/1997
Cuatro pianos de cola con sus respectivos instrumentistas estuvieron juntos en el Teatro Municipal: los mismos que se necesitan durante la ejecución de la cantata “Las bodas” de Stravinsky. Loable fue la idea de aprovecharlos para ofrecer al público de mediodía el Concierto, de Juan Sebastián Bach, que transporta a teclados (y a La menor) los violines solistas del Cuádruple Concierto en Si menor, de Vivaldi.
Difícil describir nuestra decepción cuando vimos que la versión bachiana iba a ejecutarse sin las cuerdas acompañantes de la partitura. Pasado el shock, pudimos comprobar la impecable coordinación sin batuta rectora de Javier Lanis, Mario Alarcón, Jorge Hevia y Leonora Letelier: cuarteto que en su labor solitaria hizo lo posible con la desnuda materia pianística, produciendo particular agrado en el armonioso pasaje, con figuraciones de fusas, del movimiento central.
Después de un breve intermedio se reunió en el escenario el conjunto de ejecutantes para “Las bodas”, de Igor Stravinsky: atrás, en sus gradas, el gran coro mixto del Teatro Municipal, y siete percusionistas alrededor de los pianos, estos últimos con los mismos intérpretes de antes salvo la sustitución de Leonora Letelier por Bárbara Pavez. Al centro, los solistas vocales Maureen Marambio (soprano), Mariselle Martínez (mezzo), Enrique Salgado (tenor) y Mateo Palma (bajo), frente al joven director Rodolfo Fischer.
Preocupado por la materia sonora de su singular trabajo, Stravinsky estuvo limando su partitura desde 1914 hasta 1923. Primero trató de instrumentarla para gran orquesta; luego hizo un intento con bloques polifónicos; pianola y armonio movidos electronicamente, y un conjunto de percusión. Después de reconocer el problema de sincronizar los instrumentos mecánicos con las voces humanas, dejó la obra a medio terminar hasta que Serge Diáguilev se la pidiera en 1923 para los Ballets Russes.
Buscando solucionar la parte instrumental, Stravinsky se dijo entonces que el canto en su obra luciría mejor si lo sostuvieran sólo instrumentos percutidos: pianos, timbales, campana y xilófono, amén de tambores. “No intenté cuenta en sus Memorias reconstruir los ritos de las bodas campesinas.
Quise componer por mí mismo una especie de ceremonia escénica, sirviéndome de elementos rituales que me suministraban, abundantemente, las costumbres tradicionales en Rusia, desde siglos, para la celebración de matrimonios. Me inspiré en esas costumbres, pero reservándome toda la libertad de usarlas como me conviniera”.
Dos fueron los artífices máximos de esta presentación (sin coreografía): Jorge Klastornick, maestro de coros del Teatro Municipal, y el director Rodolfo Fischer. La batuta, serena e infalible aun en los ritmos más intrincados; el admirable entrenamiento de las voces del coro mixto, y la seguridad pareja con la que los cuatro solistas vocales manejaron su exigente cometido el total fue cantado en la traducción francesa del original ruso no pueden relatarse detalladamente.
Desde la angularidad del comienzo hasta el cuadro final con los comensales achispados y las últimas frases del bajo, seguidas de campana y xilófonos: la entrega sólo puede aquilatarse como CREACION EJEMPLAR (así, con mayúscula).