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Poetas del teclado (25/11/1997)

03 de Octubre de 2003 | 10:23 |
Federico Heinlein

25/11/1997

El arte soberano de Jean-Philippe Collard y el de los creadores Liszt y Scriabin, eximios solistas ellos también, pudimos gozarlos en todo su esplendor durante el recital que el músico francés ofreció este sábado en el Teatro Municipal. Cerrando con broche de oro el ciclo anual de Grandes Pianistas.

Partiendo con las proezas cromáticas del Preludio y la Fuga en La menor para órgano, de Bach, estupendamente transcrita al pianoforte moderno por Liszt, el visitante exhibió un magistral toque polifónico. El resto de la primera sección de su programa estuvo dedicado al compositor Alexander Scriabin (1872-1915), quien hasta los treinta años de edad aún muestra el influjo de Chopin, encontrando después un perfil más marcadamente personal.

Su primer período se vio ilustrado en el programa de Collard, de manera bellísima, a través del opus 9, Preludio y Nocturno para la mano izquierda (escritos a causa de una afección en su derecha). De los dos Estudios finales del op. 8, el N 11 se distingue por nostalgia y sensibilidad, el N 12 por su romántico fulgor.

Aspectos más novedosos de Scriabin hay en las composiciones pertenecientes a nuestra centuria. La Sonata opus 30, de 1904, ya es característica de un lenguaje propio, basado esencialmente en lo que su autor llamaba el acorde místico: intervalos de cuarta superpuestos, dos de ellos con alteraciones que producen un efecto muy particular de lánguida inestabilidad. Tanto el fino comienzo como la nerviosa parte movida nos comunicaron, en la experta interpretación por el maestro, la desasosegada búsqueda espiritual del compositor. Insospechados horizontes descubrimos en el poema “Vers la flamme”, de 1914, que desde una simple fórmula sonora llega a extravíos de fantástica complejidad.

El “Soneto del Petrarca”, de Liszt, perdió mucho de su índole rimbombante en la exquisita entrega de Collard, caracterizada por un jeu perlé esmerado. La Sonata en Si menor, que oímos enseguida, fue la cumbre de este recital, revelándonos gracias a la genialidad del visitante toda su grandeza y hondura, más allá de cualquier límite de época o estilo. Con temperamento apasionado, fantasía incansable y técnica fenomenal, el pianista nos permitió sentir el trasfondo metafísico de esta creación, desatando tempestades y sensaciones anímicas arrebatadoras.

El auditorio enfervorizado obtuvo dos fascinantes encores de los “Miroirs” (1908), de Ravel. El Teatro Municipal tuvo ayer un espectáculo de magia.

Seguro que difícilmente superó los prodigios que Jean-Philippe Collard hizo con Liszt, Ravel y Scriabin.
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