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Duo Fernández-Conn (8/12/1997)

03 de Octubre de 2003 | 10:24 |
Federico Heinlein

8/12/1997

Con un peligroso anticlímax veintisiete minutos de atraso empezó en la sala del Colegio Santa Ursula, el concierto de la flautista chilena Francisca Fernández, quien a la edad de dieciséis años ya es mucho más que una simple promesa dentro del panorama de la nueva generación musical.

Un apoyo inapreciable constituyeron para ella, en las obras con acompañamiento, la seguridad y experiencia de Frida Conn al teclado.

El talento de la joven instrumentista supo hacer amenas las cinco partes de una Sonata en Sol mayor, de Haendel. Con bello legato en las páginas lentas, revistió de notable agilidad el Allegro y los trozos danzantes.

Sobre todo para fines de estudio hizo el flautista danés Joachim Andersen (1847-1909) una serie de composiciones para su instrumento, con piano. De las “Piezas de recital” op. 55, las concertistas escogieron la grave Leyenda y un Scherzo muy atrayente.

Algunas voluminosas enciclopedias musicales no registran a Cécile Chaminade (1857-1944), autora de piezas de salón, antiguamente muy populares. Menos conocidas son sus composiciones de mayor calibre y dificultad, como el Concertino opus 107, que nuestras intérpretes ejecutaron con soltura e intrepidez.

Para nosotros, el programa se puso más interesante en su segunda mitad. “La danza de la cabra” (1919), del suizo Arthur Honegger, es una pieza para flauta sola, que Francisca Fernández entregó con sentimiento y capricho.

“Seis trozos variados”, para flauta y piano, del francés Claude Pascal, nacido en 1921, muestran una hábil redacción sin aportar nada nuevo. Lo convencional de su idioma no impide que el compositor aporte una buena dosis de gracia, algún rasgo de melancolía y, al final, un revoltillo multicolor.

En lo restante, la calidad sonora de la flautista no estuvo lejos del arte de su ídolo Rampal. Ella y Frida Conn entregaron la Sonata (1947) de Francis Poulenc con vitalidad y encanto, consiguiendo en el Presto giocoso delicadeza y frescor excepcionales.

Otro ejemplo de potencia luminosa y sensibilidad rítmica fue el encore para solo de flauta, de Astor Piazzolla, conclusión memorable del recital.
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