Federico Heinlein
19/1/1998
En el segundo concierto de su temporada veraniega, la Sinfónica de Chile recordó los cien años del nacimiento de George Gershwin al ofrecer varias obras notables del compositor.
Gershwin consideraba el jazz como algo “muy poderoso que probablemente esté en la sangre y los sentimientos del norteamericano más que cualquier otro estilo de música popular. Creo que puede convertírselo en base de obras sinfónicas serias, de valor permanente”. El pretendía dicho en el lenguaje de los años veinte llevar Tin Pan Alley al Carnegie Hall.
Para la orquestación de su primer intento en ese camino, la famosa “Rapsodia en azul”, todavía necesitó la ayuda del experto Ferde Grofé, pero nosotros escuchamos tres obras posteriores. De 1928 data “Un americano en París”; de 1932, la “Obertura cubana”, y de 1935, la ópera “Porgy and Bess”, su testamento del que oímos algunas selecciones. Gershwin murió en Hollywood antes de cumplir los 39 años.
El director principal invitado de la Orquesta Sinfónica, David del Pino Klinge, se entregó a esta música con cuerpo y alma. Su elasticidad felina y poderío de convicción lograron fabulosos efectos en la “Obertura cubana” donde no menos que, despues, en Francia o Carolina del Sur aparece la inconfundible blue note del jazz. La obra encierra un oasis poético de lasitud tropical entre el embate de las secciones extremas, reforzado por instrumentos de percusión autóctonos de la isla.
Las sonoridades de “Un americano en París” surgieron en amena alternancia de alboroto metropolitano y nostalgia. La energía vital y el oficio del director nos depararon sorpresas con una serie de matices tímbricos novedosos.
Lejos lo más impresionante de este Festival Gershwin fueron las selecciones de “Porgy and Bess”. La soprano chilena Cecilia Frigerio, con voz radiante y excepcional soltura somática, resultó una magnífica partenaire del barítono estadounidenses Lawrence Craig, quien, actor, cantante y bailarín portentoso, tuvo al Teatrao Universidad de Chile a sus pies gracias al carácter expresivísimo que imprimió a los papeles del ingenuo Porgy y el cínico Sporting Life.
Al Coro Sinfónico, estupendamente preparado por Hugo Villarroel, le correspondió un lucimiento excepcional; la orquesta estuvo atentísima, y David del Pino veló sobre cualquier parámetro con circunspección incomparable. En suma, un espectáculo maravilloso a la vez que conmovedor. La concurrencia no se cansaba de aplaudir, pareciendo no querer abandonar la sala sin haber obtenido un encore.