Federico Heinlein
15/3/1998
Asistimos a la primera repetición del concierto que abrió la temporada 1998 en el teatro Municipal. El director invitado Alain Lombard, ex asistente de celebridades como von Karajan y Bernstein, nos espetó la Novena Sinfonía de Beethoven como quien asesta un palmo de narices. Despachó la genial partitura en un lapso mínimo y de manera insensitiva, por no decir insensata.
Difícil describir la desazón y el rechazo que nos produjo semejante entrega rígida, sin alma ni calor humano.
Qué falta de ambiente, de misterio y de grandeza hubo en ese primer Allegro que Beethoven quiere “no demasiado movido, un tanto majestuoso” y que aquí resultó una balandronada maquinal y arrasadora. Desprovisto de poesía transcurrió el Scherzo, con algunos pasajes finos, bien logrados, durante la sección en modo mayor. El tercer movimiento, que debería fluctuar entre Adagio molto y Andante, no respiraba. Sin ternura ni reposo, nos pareció tediosamente superficial e inexpresivo.
Algo distintas fueron las cosas en la conclusión de la obra gracias al aporte positivo del Coro del Teatro Municipal (director: Jorge Klastornick) y los solistas Mary Dunleavy (soprano), Pilar Díaz (contralto), Donald Litaker (tenor) y Johannes von Duisburg (bajo), distinguiéndose en particular las voces agudas de este cuarteto, apostado bien arriba, junto a la masa coral.
Esta, excelentemente preparada por su maestro, obtuvo como otras veces el aplauso merecidísimo de la concurrencia.
Pensamos que la ovación final también fue para la disciplina admirable de la Orquesta Filarmónica que ejecutó fielmente la voluntad de la batuta.
Abadonamos la sala con la sensación punzante de la pérdida del maestro titular Michelangelo Veltri, originalmente previsto para iniciar la temporada como director de esta sinfonía, tan afín a su entrañable sensibilidad.
