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Dúo Müller-Scherbakova (6/6/1998)

03 de Octubre de 2003 | 10:27 |
Federico Heinlein

6/6/1998

Un concierto fuera de serie presentaron en el Instituto Cultural de Providencia Ian Müller Szeraws (violonchelo) y Elena Victorovna Scherbakova (piano). El chelista, nacido en Concepción y perfeccionado con profesores importantes del hemisferio norte, se encuentra actualmente de paso en su patria. La concertista rusa, de San Petersburgo, reside en Santiago, donde realiza una vasta actividad docente.

El diálogo de estos intérpretes, en tres grandes sonatas, equivalió a una vivencia memorable. El opus 102 N.o 1, de Beethoven, escrito en 1815 y dedicado a la condesa María von Erddy, es una composición de seriedad casi austera.

El engranaje invariablemente preciso de los dos músicos nos comunicó la plena originalidad de forma y fondo de la notable creación. El contrapunto y la lozanía, los pasajes voluntariosos o ensimismados, recibieron su perfil personal gracias al elevado profesionalismo y fuerte carácter de la mancomunada proeza interpretativa.

De Francis Poulenc se escuchó su única Sonata para chelo y piano. ¿Quién se imaginaría que una construcción tan leve y graciosa sea producto de tiempos de guerra y posguerra? Entre 1940 y 1948 trabajó el músico galo en esta partitura entretenidísima, que lleva los inconfundibles rasgos de su autor: el amalgama de lirismo y comicidad, sonriente pena y dulcedumbre dolorosa, cavilación y travesura, todo ello expresado de mil maneras en los tres movimientos iniciales.

El Final parte con sones majestuosos, pero lo caracterizan su espíritu juguetón, el virtuosismo, los armónicos, las dobles cuerdas y, en general, una intrepidez eminentemente gustadora. La primera parte del concierto terminó con este festín de sonoridades gratas.

Después del intermedio vislumbramos otros horizontes en la Sonata opus 40, de Shostakovich. Su vigor intrínseco no desdeña lo áspero ni lo enjuto, las arideces ni la ferocidad.

Hay un Scherzo de furia empecinada, con rutilantes glissandos de armónicos en el Trío.

¡Cuánta soledad en el meditabundo Largo del chelo con sordina! Cerca del desvarío, el Alegreto final es como caricatura grotesca, que exige de ambos intérpretes la máxima prestidigitación.

Todo esto, Ian Müller y Elena Scherbakova lo entregaron con maestría admirable. Las ovaciones del público obtuvieron, de regalo, las voluptuosidades sonoras de la Habanera, de Ravel.
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