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Los solistas vénetos (25/6/1998)

03 de Octubre de 2003 | 10:28 |
Federico Heinlein

25/6/1998

Hace casi cuarenta años, el maestro Claudio Scimone fundó en Padua “I Solisti Veneti”, conjunto que la Fundación Beethoven trajo esta semana al Teatro Oriente. Los visitantes se presentaron con una Sonata para cuerdas, sin violas, en La Mayor, del joven Gioacchino Rossini, destacándose la entrega por hermosura sonora, grandes diferencias dinámicas, la calidez y amplitud del vibrato, su gallardía y un solo notable del contrabajo Gabriele Ragghianti.

Giuseppe Falco, oboe excepcional, se desempeñó de solista en el célebre Concierto (Do menor) de Cimarosa, variando entre un tono entrañable de belcanto y un virtuosismo despampanante. Cada detalle de la obra recibió su tinte particular en esta versión armoniosa bajo la sensitivísima batuta.

Chiara Parrini, Glauco Bertagnin (violines) y Luigi Puxeddu (violonchelo) se mostraron como eximios solistas del Concerto Grosso opus 3 N 11 (Re menor), de Vivaldi. El temperamento meridional y la vena juguetona de los huéspedes beneficiaron las partes extremas, entre las cuales el Largo e Spiccato fascinaba por la dolorosa dulzura de su cromatismo.

Encabezó la segunda mitad del programa impreso la elegía “Crisantemi”, de Giacomo Puccini. La palidez de esta página con su triste arrullo central se disipó, fundamentalmente, gracias a delicados matices de la dinámica que proporcionaron una suave sugerencia de pintura al pastel.

Nunca habíamos oído el Cuarteto de Cuerdas (Mi menor), de Giuseppe Verdi, en el arreglo del propio compositor para un grupo de cuerdas grande. Estimamos que la obra hace bella figura, incluso en esta versión amplificada que da realce al fogoso lustre del Allegro inicial y a la finura de los cuádruples pianísimos; subraya la dulce languidez del vals lento e intensifica la borrasca del Prestissimo, sin restar transparencia a la urdimbre polifónica de la conclusión.

Al entusiasmo incansable del auditorio, los músicos respondieron con liberalidad generosísima y una refrescante dosis de buen humor. Fue así como escuchamos, entre varias cosas, dos trozos de un Concierto para mandolina, de Luigi Boccherini, tañidos deliciosamente y con imaginativas fiorituras; la tormenta veraniega de Las Cuatro Estaciones, de Vivaldi, liderada por el excelente concertino Marco Fornaciari; un fragmento de otra sonata juvenil de Rossini y, para terminar, una ensalada musical que nos despidió con todo el encanto de la genuina commedia dell''''arte.

Federico Heinlein.
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