Federico Heinlein
27/6/1998
En el Aula Magna de su Centro de Extensión, el Instituto de Música de la Universidad Católica presentó un programa dedicado a compositores rusos de hoy, ayer y anteayer. El menú musical empezó con un trago de tipo “primavera” que, por estar casi exento de malicia, no hace daño a nadie. Nos referimos a la “Suite en estilo antiguo”, de Alfred Schnittke, músico de estirpe alemana pero nacido en Engels, sobre el Volga, que hoy vive en el país de sus antepasados.
Se trata de un ejercicio de composición según moldes pretéritos, con apenas uno que otro minúsculo detalle que disuene de lo tradicional. El simpático pastiche, agradable de oír y poco más, fue vertido de manera profesionalísima por el acrisolado dúo de Fernando Ansaldi (violín) y Frida Conn (piano).
De plato fuerte, por excelencia, sirvió el Cuarteto de cuerdas N” 8, opus 110, de Dmitri Shostakóvich (1906-1975), cuyo tema principal de cuatro notas se origina en las iniciales (D y SCH, según la ortografía germana) del compositor. Ansaldi y Rubén Sierra (violines), Enrique López (viola) y Patricio Barría (violonchelo) lograron una hazaña colosal a lo largo de esta creación, de 1960, “en memoria de las víctimas del fascismo y de la guerra”.
Sin interrupción transcurren los cinco movimientos de la obra. El segundo, con la rudeza de sus efectos al talón que parecen querer subrayar la violencia y el ensañamiento de la guerra, es seguido de una especie de scherzo macabro muy notable. Impresionaron el inicio y los dos trozos finales: trilogía de Largos, ora tétricos ora llorosos y sin vestigio de rebelión aunque de una tristeza desconsolada.
Fue indispensable el descanso para separar este monumento mortuorio del Trío en Re menor, opus 32 de Anton Aresky (1894). Postre flameante y esplendoroso, digno del lujo correspondiente a la coronación como emperador del zar Nicolás II, recibió una entrega espectacular por Frida Conn, Fernando Ansaldi y Patricio Barría.
Como discípulo de Rimsky-Korsakov, Arensky sabe lo que suena bien. Su alado romanticismo, de vena post-schumanniana, tiende al máximo lucimiento de cada intérprete. Fue así como nuestros artistas rivalizaron en la ejecución de esta música, técnicamente difícil aunque fácil de oír y apreciar en su justo valor.
No sólo en el Scherzo chispeante sino que a lo largo de toda su faena, exigente a la vez que grata, sobresalió el fabuloso virtuosismo de Frida Conn. La inventiva de Arensky llega a una cúspide en la elegancia finisecular del Adagio, de insinuante dulzura. La marea eufónica del último Allegro es interrumpida por un oasis lírico antes de la borrasca final, que suscitó ovaciones calurosísimas para los estupendos músicos nacionales.