Federico Heinlein
12/8/1998
En 1968, tres músicos de Italia formaron el Trío Milán que desde 1985 después de la prematura muerte del violinista Cesare Ferraresi es integrado por Bruno Canino (pianoforte), Rocco Filippini (chelo) y Mariana Sirbu (violín), concertino del célebre grupo I Musici. Fue un privilegio poder escuchar a estos magníficos instrumentalistas durante el concierto más reciente de la Fundación Beethoven en el Teatro Oriente.
¿Habrá alguna limitación mecánica que restrinja el arte glorioso de estos intérpretes tan dotados? La actitud clásica del Trío en Mi menor (1788) de Haydn recibió una exégesis llena de vida, viéndose la seriedad viril del primer trozo transfigurada por sonoridades de soberbio esplendor.
Los rasgos juguetones del Andante, de ornamentación tiernísima, no alcanzaron a disfrazar su fondo austero. El trozo final en Mi mayor, nunca lo habíamos oído de manera tan vibrante y alegre, tan suelto e irresistible. Incluso la breve intercalación en modo menor surtía gracia e ingenio a borbotones.
Como novedad, al centro del programa, escuchamos el Trío en Re mayor que Jean Francaix (1912-1989) compuso a la edad de setenta y cuatro años. Nos pareció maravilloso que el creador haya podido inventar, en su madurez, una obra tan fresca y radiante, con predominancia de elementos lúdicos siempre nuevos, como sin edad. Después de la inquietud del comienzo con sus compases se cinco airosas corcheas, nuestro deleite no disminuyó en el vertiginoso Scherzando, burbujeante como champán, ni en las páginas finales donde, igualmente, el autor sigue derrochando ligereza y dulcedumbre, haciendo aparecer fácil y entretenido el allanamiento de cualquier problema técnico.
Después de la pausa, los visitantes lograron otro triunfo con su entrega del Trío "Dumky" en Mi menor op. 90, de Dvorak. El compositor yuxtapone aquí, a modo de movimientos, seis danzas tradicionales de su patria.
Sobre la base de la triste y pausada dumka obtiene magníficos efectos con el vigor de aceleraciones repentinas. Recordamos los solos de chelo y violín en el trozo inicial; el patetismo de los Adagios del segundo; el logro notable que se alcanzó en el Vivace del tercero.
Extraordinarias resultaron la matización y sensibilidad del número IV así como la atmósfera obtenida en la danza penúltima. Cautivó el carácter eslavo de la dumka final, con el típico cambio entre los modos menor y mayor y su mezcla de melancolía y fogosidad. El entusiasmo de la concurrencia obtuvo, de encore, el Scherzo del Trío op. 49 de Mendelssohn, donde nuestras ilustres visitas reiteraron su arte de unir brío y liviandad en forma incomparable.
Federico Heinlein.