Federico Heinlein
20/8/1998
Prosiguió el ciclo de Grandes Pianistas en el Teatro Municipal con un notable programa ofrecido por Alfredo Perl, músico chileno que ha llegado a ser una estrella internacional. La Sonata opus 22 de Beethoven, que se oye pocas veces aunque el propio compositor le tenía mucho aprecio, fue presentada con excepcional riqueza de detalle. La fluidez e ilación del discurso se valieron de las múltiples posibilidades del teclado actual, logrando una hermosa amplitud en el desarrollo.
Las sorpresivas modulaciones del Adagio sirvieron para recalcar su carácter de romanza, no restándole amabilidad los fuertes contrastes de la dinámica en el Minuetto. Desde su cantable inicio, el Rondo concluyente esparcía un hálito vital, no desmentido durante las vicisitudes de la coda.
Tres Estudios Trascendentales, de Liszt, mostraron al compositor como hechicero que consigue hazañas sonoras inauditas en el teclado. El compositor arrebata efectos inverosímiles a las cuerdas del piano de cola, y similarmente asombroso fue el arte de nuestro concertista, que supo maravillarnos con el énfasis y la certidumbre de su técnica, difícil de superar.
Más aún que el extremo virtuosismo, puede interesar la búsqueda de impresiones casi intangibles. En dicho ámbito cautivaron los “Estudios de Sonoridad” del joven chileno Andrés Maupoint, durante cuya ejecución la amplitud de las dotes de Perl se vio gloriosamente ratificada.
El ingenio de la pedalización de las “Sonoridades en resonancia armónica”; las meditabundas “Sonoridades en resonancia acumulada”; el prodigio de las “Sonoridades pianísimas” y el enfático fulgor de las “Sonoridades fortísimas”, son Estudios que, a su manera pueden seducir no menos que los del siglo pasado.
El recital culminó con la entrega de la suite “Le tombeau de Couperin”, de Ravel. Qué milagro, el comienzo suavísimo del Preludio con la sutileza de sus matices; la transparencia cristalina de la reconcentrada Fuga y la armonización agridulce de la Forlana.
El recio Rigaudon que rodea una parte central sigilosa; el Minué poético que en manos de Perl recibe cierta dosis de patetismo al culminar la Musette, y la Toccata, fascinante en su aérea ingravidez, hasta poco antes del paroxismo final, constituyeron una cumbre artística formidable. A las ovaciones de la sala llena, Alfredo Perl respondió con la más exquisita evocación lisztiana de morbidezza meridional, poniendo su toucher tan exactamente calibrado al servicio de la sensibilidad romántica y el máximo ensimismamiento.
Nota: Sentimos haber permutado involuntariamente, en la reseña del 15 de agosto referente a la Misa K. 427 de Mozart, los nombres de las sopranos. Se nos informa que Pilar Aguilera cantó el “Laudamus te”, y Claudia Trujillo, el “Et incarnatus”.
Federico Heinlein.