Federico Heinlein
21/8/1998
Qué satisfacción volver a escuchar al Trío Arte en su forma original con el violinista Sergio Prieto, quien volvió temporalmente de España para algunos conciertos con los colegas de antes. Así, la Corporación Cultural de Las Condes cerró su ciclo de audiciones ante un público numeroso y entusiasta. Existe una relación de inteligencia casi espontánea del violín con el chelista Edgar Fischer y con María Iris Radrigán al teclado: entendimiento que benefició las entregas de dos obras clásico-románticas y una actual.
El Op. 70 N.o 1 de Beethoven recibió el apodo “De los espíritus” por algunos efectos instrumentales lúgubres en su parte central. Fue admirable la versatilidad artística de los diestros ejecutantes, tan convincentes en los instantes quedos como en la fogosidad inicial o la aspereza del desarrollo. Extraordinario fue el desempeño de la pianista, particularmente en los trémolos y los acordes de séptima disminuida que el compositor acumula durante el Largo assai. Después de la vuelta de este reino de las sombras a la luz diurna cobraron renovada brillantez el vibrato de las cuerdas y el jeu perlé de María Iris.
De otro planeta parecía, entre dos obras de la primera mitad del siglo pasado, la partitura “1982” de Alejandro Guarello, dedicada al Trío Arte. Un expresionismo temperamental se manifiesta en sus disonancias y glissandi, su exacerbación espectral, sus erupciones volcánicas y trinar violento. Al cabo de una breve tregua volvemos a la ferocidad, con pizzicati obstinados y fantásticas figuras instrumentales. Todo esto es muy entretenido, incluso para los intérpretes, cuyo espectacular arranque final pone fin a esta gran rapsodia contemporánea.
Después de semejante experimento novedoso, la mansedumbre de un Mendelssohn habría podido sonar insípida, pero no fue el caso. La musicalidad del trío logró llenar de vida el nuboso comienzo, los arrebatos líricos y la parte sosegada, creando una atmósfera de singular sugerencia. La calidez del Andante contrastó con la liviandad y el carácter tipo “Sueño de una Noche de Verano” del tercer trozo, constituyendo un triunfo la destreza con la que Mendelssohn introduce una melodía de coral en la urdimbre del último Allegro.
Nos pareció que los aplausos de la sala fueron tanto para el excepcional Trío Arte como para la maestría de un gran compositor, fallecido demasiado joven hace más de 150 años. La refrescante rudeza popular del Scherzo de un Trío de Dmitri Shostakóvich premió el entusiasmo del público.
Federico Heinlein