Federico Heinlein
24/3/1998
Con un acto solemne celebró sus 57 años de vida la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile en la sala del mismo nombre, estando presente el rector y altas autoridades del plantel. Hubo alocuciones de gran interés; pergaminos y galvanos para personas o entidades relacionadas con nuestro quehacer artístico: algunas, desde luego, pertenecientes al ámbito de la propia orquesta. La parte musical, guiada con esmero por el director principal invitado, David del Pino Klinge, reunió a lo que podríamos llamar tres clásicos: una obra del autor nacional Enrique Soro, maestro que, como dijo Samuel Claro, "abriría nuevos horizontes a la música chilena"; un trozo extraordinario de la segunda mitad del siglo XX y, por último, el cuarto movimiento de la Sinfonía N 9 de Beethoven con su mensaje imperecedero.
La “Danza Fantástica” (1916) confirmó el oficio de Enrique Soro quien, aunque perfeccionado en Italia, fue admirador de compositores más septentrionales. El brío de la batuta no opacaba la delicadeza de los compases trasparentes de la sólida construcción.
Desde 1942, apenas liberado del cautiverio alemán, el joven músico francés, Oliver Messiaen se dedicó al estudio del canto de las aves, primero aquellas de su patria, y luego, las de todo el mundo. En 1955 escribió la partitura “Pájaros Exóticos”, para un solista de piano con vientos y percusión. Se hermanan aquí su cercanía a la naturaleza y novedades de ritmo influenciadas por sutilezas del Oriente.
Bajo la inspirada y enérgica dirección del maestro peruano-alemán se produjo un clima de impresionante vitalidad. Entre susurros y estridencias, reclamos y silbidos, el oyente creía estar en un mundo ajeno.
Pocas veces se presenta la ocasión de aquilatar con semejante nitidez el profesionalismo acrisolado de vientos y percusiones de nuestra Sinfónica. El pianista Luis Alberto Latorre, miembro estable del conjunto, hizo maravillas en el teclado; maderas y bronces consiguieron logros precisos y brillantes, y la batería se distinguió por una gama asombrosa de matices desde el tintineo del glockenspiel hasta el fragor del tam-tam.
Como clausura de esta celebración de aniversario, David del Pino, la orquesta, el Coro Sinfónico de la Universidad y los cuatro solistas vocales reeditaron su versión del movimiento final de la Novena Sinfonía de Beethoven, obra que, hace algunas semanas, ofrecieron completa en el mismo lugar (hubo un solo cambio: Enrique Salgado reemplazó a José Azócar).
Cualquier diminuta imperfección de este fin de fiesta fue acompasada con creces por el éxtasis dionisíaco de una entrega impresionante cuyo espíritu supo traducir la exhortación de Schiller y Beethoven a la fraternidad humana.