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“La Bella Durmiente” (6/4/1998)

03 de Octubre de 2003 | 10:13 |
Federico Heinlein

6/4/1998

El Ballet de Santiago obtuvo un éxito incontestable en su función de abono inicial de la temporada 1998 con “La Bella Durmiente”, de Chaikovski-Stevenson. El director artístico Iván Nagy y sus colaboradores consiguen resultados sorprendentes de las figuras principales, los solistas y el cuerpo de baile. El coreógrafo Ben Stevenson logra una acertada síntesis de enfoques ajenos y propios de este ballet clásico de Marius Petipa, y la remontadora Janie Parker ha sabido adaptar la creación, con habilidad señalada, a la compañía estable de nuestro Teatro Municipal.

Los decorados y trajes del diseñador británico Desmond Heeley evocan el brillo de la Rusia Imperial junto a la fantasía del cuento de hadas. Andrés Poirot ha proporcionado toques lumínicos favorables a la magia y el esplendor. La Orquesta Filármonica es dirigida por el maestro Santiago Meza, cuyo profesionalismo acendrado está a la altura de su exigente labor que nos presenta con claridad el oro y el barro de la ingeniosa partitura utilitaria.

El público se dejó cautivar por los grandes aciertos del espectáculo que, sin duda, constituye un desafío a la paciencia. Ya que la duración de casi 180 minutos permite toda clase de reflexiones, pensamos que, por ejemplo, convendría acortar el acto segundo; que con razón muchas veces se presenta sólo el cuadro final (bajo el título “Las bodas de Aurora”) y que, en 1916, Anna Pávlova popularizó el género del ballet ruso en América a través de una versión considerablemente abreviada de “La Bella Durmiente” en un teatro de variedades de Nueva York.

Pero volvamos a lo positivo. Desde el Prólogo resultó impresionante la exactitud general de la compañía, el orden de los movimientos y la precisión del enlace coreográfico. El comienzo de la obertura ya presagia un dramatismo que llega a su colmo con la aparición del hada Carabosse (Georgette Farías) y sus cuatro lémures: figuras del Mal, contrapesadas por la liviandad y el encanto de las hadas buenas (Lidia Olmos, Carolina Aguero, Anastasia Vallone, Cecilia Arrúa, Cherie Mancilla, Stefanía Vallone).

El primer acto propiamente tal presenta a la Princesa Aurora, personificada aquí por Agnes Oaks, prima ballerina oriunda de Estonia, que es un prodigio de gracia y facilidad de elevación, amén de sus dotes de actriz. Los cuatro Príncipes lucen su prestancia y espléndidos atavíos. La repetida entrega de las rosas nos pareció escénicamente débil y, además, disfraza la peripecia del pinchazo fatal, apogeo de la grandiosa actuación de la protagonista.

En el segundo acto volvieron a seducir los trajes ideados por Heeley, pero la escena de caza y la “visión” del príncipe el programa impreso vacila entre llamarlo Desiré o Florimundo se hacen largas, por no decir prescindibles.

El acto final presenta múltiples y variados atractivos. El Príncipe (Luis Ortigoza) y la Princesa alcanzan aquí un nivel supremo.

Al levantarse el telón, la sala celebra el impacto de los trajes y la escenografía. Vemos una viñeta animada tras otra: un pas de quatre, Caperucita y el Lobo, el gato con su gata, el pájaro azul y su pareja, las danzas típicas de los tres Ivanes y la mazurca final, por no decir nada del famoso pas de deux de las figuras estelares.

Agnes Oaks vuelve a exhibir su elegancia y perfección de línea. En la multicolor sucesión de cuadros hay un ritmo irresistible que magnetiza al público, haciéndole olvidar cualquier pasaje endeble de los actos anteriores.
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