Federico Heinlein
14/5/1998
En la capilla de Montecarmelo escuchamos el dúo de Alberto Harms (flauta travesera) y Manuel Jiménez (arpa), ambos profesores de vasta experiencia en sus respectivos instrumentos. No cabe duda de su maestría, pero se puede estar disconforme con su criterio de programación.
De Haendel oímos la Sonata N 4 (Fa mayor), concebida para flauta dulce, con bajo cifrado, cuya ejecución en la travesera, con exceso de vibrato, dañaba el equilibrio sonoro. A ello se sumaron pequeñas inexactitudes de coordinación, ya que aquí como en la obra siguiente algunos Allegros se interpretaron con tal premura que, a veces, el arpa pudo apenas mantener la pulcritud debida porque la rapidez hizo que se mezclaran las funciones armónicas contrastantes.
Algo similar observamos durante la entrega de la Sonata en Sol menor, de Bach. El arpista tocó la parte del teclado con inteligencia, produciéndose de cualquier modo, más de alguna armonía confusa en el movimiento final.
La Sonata en Do que escuchamos a continuación, del otrora célebre violinista alemán Louis Spohr (1784-1859), es lo que vulgarmente se llama un queso. Extensa y latosa en extremo, no contiene nada que no sea de segunda mano, desde el comienzo que imita la introducción a la Sonata “Patética” para piano, de Beethoven. Harms desarrolló su tono más rotundo y expresivo, faltando muchas veces el pulimento y la madurez del engranaje con el arpa que a menudo particularmente en los pasajes veloces sonaba poco nítida.
Después del intermedio cambiaron las cosas con los “Intentos para flauta y cinta”, de Guillermo Riffo, dedicados a Alberto Harms. En esta especie de improvisación, que se vale de un idioma musical contemporáneo de mucho cromatismo, la flauta mantiene un ocasional diálogo con una grabación de ruidos y voces: experimento bastante bien logrado y de gran interés.
En otra página experimental, “Narthex”, para flauta y arpa, el compositor Bernard André opera hábilmente con efectos de ostinato al crear un concierto de ruídica en el que las combinaciones sonoras de Harms y Jiménez fueron muy aplaudidas. La máxima exhibición de malabarismo se produjo, al final del programa, durante una Fantasía de Franz Doppler, virtuoso en la flauta.
Caballo de batalla que corcovea de lo lindo, contribuyó al pleno desahogo de los intrépidos ejecutantes e hizo las delicias del público.