Federico Heinlein
22/5/1998
Tres integrantes del célebre Conjunto Kuijken, de Bélgica, especialistas en la música de los siglos XVII y XVIII, ofrecieron una preciosa audición en el marco de la Temporada Internacional 1998 de la Fundación Beethoven. El público del Teatro Oriente no tardó en adaptar su oído a la finura y transparencia de estos mensajes remotos, tan exquisitamente interpretados.
Entre 1674 y 1685 nacieron los compositores seleccionados. De Haendel se escuchó la Sonata en Mi menor HWV 379, siendo sus ejecutantes Barthold Kuijken en una flauta barroca travesera, totalmente sin llaves, y Wieland Kuijken en ‘viola da gamba’ realizando el ‘continuo’ junto al clavecinista Robert Kohnen.
Fue la colaboración perfecta de un trío de excelentes músicos, con matices y adornos apropiados. La animación del Andante, el poético Largo y la agilidad de los trozos finales encontraron intérpretes que, en los límites artísticos aconsejables, se lucieron ampliamente.
La flauta tuvo descanso durante la Sonata en Re mayor BWV 1028, de Bach, para ‘viola da gamba’ y ‘basso continuo’. La complementación de Wieland Kuijken y Robert Kohnen fue ejemplar, tanto en el intimismo inicial y el regocijado primer Allegro como en el diálogo expresivo del Si menor y la premura del final, todo dentro de la máxima diafanidad. De Telemann escuchamos la Sonata Metódica N 7, en Si menor, especie de ‘suite’ que, después de su meditabunda Siciliana inicial, trae un Allegro juguetón, una página tierna y un sucinto Grave, terminando con un movimiento vivaz seguido de otro que aún lo supera en cuanto a prestidigitación.
Después del intermedio oímos dos obras particularmente notables. Jacques Martin Hotteterre (1674-1763), apodado “Le Romain”, llevó al triunfo la flauta travesera, instrumento antes tenido por ingrato, pero que él supo tocar con toda pureza y exactitud, matización y brillo técnico, de tal modo que la flauta dulce llegó a ser casi obsoleta en la música de arte mayor.
De dicho maestro, de origen normando, los visitantes belgas presentaron un ramillete de trozos en Mi menor, a la manera de una ‘suite’. Barthold Kuijken en la flauta barroca, con sus colegas de ‘basso continuo’, obtuvieron entregas admirables en el Preludio y la Allemande el dolor de la Sarabanda, un travieso ‘Air’, el carácter pronunciado de la Gavota y los juguetones trozos siguientes.
Adaptado por los huéspedes de dos obras de Bach para una instrumentación algo distinta, el Trío-Sonata que puso fin al programa impreso corroboró el dominio mecánico y la soltura interpretativa de los músicos, quienes con habilidad captaron el espíritu de cada frase. Dos ‘encores’ premiaron el júbilo de la concurrencia.