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Festival Contemporáneo (15/11/1998)

03 de Octubre de 2003 | 10:20 |
Federico Heinlein

15/11/1998

Un Festival Contemporáneo del Instituto de Música de la U. Católica, que dirige Alejandro Guarello, anduvo desarrollándose esta semana en el Goethe Institut. El así llamado concierto de referencia presentaba obras internacionales, en complementación a las de autores chilenos, escuchadas los otros días. La afluencia de público fue tal que el generoso espacio se hizo estrecho, y el fervor de la concurrencia compensaba con creces los desvelos de organizadores y ejecutantes.

Del veneciano Bruno Maderna (1920-1973), que estudió con Malipiero, oímos una de sus obras postreras, “Piéce por Yvry”, para violín solo. La interpretó David Núñez, chileno becado en el Instituto Di Tella trasandino, quien supo armar esta retahíla de exquisiteces con imaginación, temperamento y una multitud de recursos impecables. En los “Epigramas” de John Heiss, Alejandro Lavanderos (flauta) y Carlos Vera (percusión) compitieron en fraterna rivalidad de lucimiento: contienda punteada por estimulantes rumores, en la que ambos músicos parecían querer sondear todas las posibilidades de sus instrumentos.

“Charisma” se titula un dúo de Iannis Xenakis, en el que Francisco Gouet (clarinete) y Celso López (violonchelo) deben esforzarse por producir chirridos, roces acústicos y toda suerte de estridencias insólitas que traducen el desasosiego contemporáneo. Fue notable la victoria de los intérpretes sobre cualquiera convención del buen gusto habitual.

El genio innovador de Anton Webern impera en su Cuarteto op. 22, trozo más antiguo del programa. El clarinete de Guoet, Miguel Villafruela (saxo tenor), Isidro Rodríguez (violín) y Gastón Etchegoyen (piano) supieron sugerir un “clima de otros planetas” con los jirones atmosféricos de este puntillismo sin parangón: hazaña dodecafónica que culminó en el cautivante movimiento final.

El Coro Bellas Artes, que dirige Víctor Alarcón, estuvo espléndido en “Bendita Sabeidoría”, de Villa-Lobos, obra de frondosidad exuberante que, sin embargo, tendía a palidecer ante el intimismo religioso del “Magnificat” (1989), del estoniano Arvo Prt, cuya sensibilidad obtiene impactos conmovedores con reminiscencias arcaicas y sonoridades de órgano.

Similarmente impresionaron las entregas del Coro Centro Artístico que dirige José Quilapi con serena maestría. En las disonancias de “O sacrum convivium”, de Messiaen, se consiguió un aura de incienso y santidad. El Agnus Dei, de Penderecki, equivale a un clamor casi naturalista, de efecto irresistible, con un cromático “Dona eis requiem” final soberanamente entregado por Quilapi y sus cantantes.

Federico Heinlein
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