Federico Heinlein
20/11/1998
Escuchamos el penúltimo concierto de la temporada que solistas y conjuntos de la Universidad Católica presentan en la elegante sala del Círculo Español. Después de la muerte de Beethoven se publicaron algunas obras de su adolescencia, entre las que destaca el N.o 1 de tres cuartetos para piano, violín, viola y violonchelo, escritos por el joven a los catorce o quince años.
Frida Conn, Fernando Ansaldi, Enrique López y Patricio Barría hicieron una labor de cariño con la simpática obra, en cuyos movimientos iniciales observamos pasajes enteros que el compositor incorporaría, poco después, a sus primeras sonatas para piano con número de opus. La desenvoltura del primer Allegro; la calidez melódica del Adagio y el regocijo del Rondo final con sus breves incursiones al modo menor, se captaron muy adecuadamente.
Junto a los amigos Albéniz y Falla, Joaquín Turina fue un resuelto cultor del nacionalismo hispano. Su Primera Sonata para violín y piano, Op. 51, equivale a un testimonio elocuente de dicho anhelo. El dúo Ansaldi-Conn, magníficamente equilibrado, logró acentuar la vena española de la partitura en el brillante y eufónico movimiento inicial y el clima cañí del Aria central, para arrebatarnos con el frescor entusiasta del Allegro concluyente.
En la parte final de la audición, los anteriormente nombrados, con Rubén Sierra de segundo violín, obtuvieron un radiante triunfo musical a lo largo de su versión del célebre Quinteto Op. 44 de Schumann. En ejemplar concordancia consiguieron la más inspirada exaltación durante el trozo inicial, con flexibles mutaciones de tempi, siempre adaptadas al carácter de cada tramo.
Supieron contrastar la melancolía del alla marcia siguiente con el vuelo de las frases en modo mayor. Similarmente lograron en el Scherzo la oportuna oposición entre la rauda energía del tema principal, el primer trío más sosegado, el gitanesco trío segundo y el ímpetu de la coda.
Fue, en resumen, la entrega ejemplar de una cima del romanticismo germano, entrega que supo dosificar sabiamente el éxtasis y la dulzura. Frida Conn parecía el alma de esta interpretación tan exitosa, en la que el hilo medular del piano tiene una imperativa función de piloto. Sostenidos aplausos del público agradecieron la hazaña artística.
Federico Heinlein.