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“Carmina Burana” (1/12/1998)

03 de Octubre de 2003 | 10:07 |
Federico Heinlein

1/12/1998

El compositor muniqués Carl Orff (1895-1982) sobrevive, esencialmente, por sus “Carmina Burana” (Canciones de Benediktbeuren), escritas en 1936. A esta obra la recordamos, particularmente, por su magnífica versión escénica, con pantomima y danza del coreógrafo Ernst Uthoff. Sin embargo, el autor califica su partitura de “cantata dramática”, y como tal la escuchamos ahora por la Orquesta Filarmónica bajo la dinámica dirección del maestro Gabor Ötvös; el Coro del Teatro Municipal (director: Jorge Klastornick); el coro de niños del colegio de los SS.CC. del Arzobispado de Santiago (director: Samuel Elgueta) y tres notables solistas: Shelley Jameson (soprano), Rodrigo Orrego (tenor) y Marian Pop (bajo).

Estas cantiones profanae fueron escritas, hace siete siglos, por estudiantes, trovadores, vagabundos y monjes descarriados, en una mezcla de latín medieval y bajo alemán. Orff divide su obra en tres partes: En primavera, En la taberna y La Corte del amor, precedidas por una invocación a Fortuna, Emperatriz del Mundo, que se repite al final.

No es una música particularmente refinada. Al contrario, vive de fuertes impulsos rítmicos, y los instrumentos de percusión - a menudo con rudeza bávara- tienen un papel preponderante.

La batuta obtuvo resultados de precisión y disciplina admirables; impresionó la facilidad con la que Rodrigo Orrego se movía por igual en la tesitura de tenor y barítono. El coro destacó en “Ecce gratum”; la orquesta sola tuvo un desempeño eufónico durante la danza en la pradera.

Logros memorables fueron, igualmente, muchos trozos del “In taberna”. El canto del cisne en el asador fue magistralmente caracterizado con el asombroso falsete de Marian Pop. Rodrigo Orrego se impuso en “Ego sum abbas”; el coro masculino brilló aquí y en el número siguiente.

También “La corte de amor” tuvo sus grandes aciertos. Recordamos la calidad del coro de niños; el timbre privilegiado de Shelley Jameson en “Amor volat undique”; la calidez vocal de Orrego en cualquier registro. Luminosa en “Stetit puella” e “In trutina”, la soprano destacó igualmente en “Tempus est jocundum”, donde la acompañaban el barítono y ambos coros.

Párrafo aparte merece la magnífica labor de Jorge Klastornick con el Coro del Teatro Municipal. Sin embargo, motor y alma de la exitosa entrega fue Gabor Ötvös, cuyo ascendiente sobre cada parámetro se notaba a través de mil detalles. Gracias a su liderazgo reinaba total certidumbre en solistas, coros y orquesta, recalcándose cada efecto artístico. Fue, en resumen, una presentación excelente.

Federico Heinlein.
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