Daniel Quiroga
4/11/1999
El estreno de la ópera de Torrejón y Velasco, con argumento de Pedro Calderón de la Barca, dio al público una guía impresa muy completa. Una introducción histórica, a cargo del musicólogo Guillermo J. Marchant, y una síntesis argumental del tenor y musicólogo Gonzalo Cuadra.
Se sitúa la acción en el mundo mitológico. Venus y Marte se aman, pero la súbita presencia de Adonis, quien salva a Venus del ataque de un jabalí, provoca el amor de ambos, los celos de Marte y finalmente la muerte de Adonis, cuya sangre teñirá de púrpura las rosas.
Los sucesos implican la presencia de personajes reales y simbólicos, como el amor, la sospecha, la envidia, el desengaño y las ninfas, quienes comentan los sucesos. Destaca la pareja popular de Celfa y Chato, muy terrenales, cuya música conserva el carácter que contrasta con el de los personajes míticos.
Antes de comenzar la acción dramática, el grupo entero ofrece la tradicional Loa, homenaje cantado, que se refiere al Rey Felipe V de España, en el primer año de su reinado.
Al final de la obra, Venus y Adonis suben al cielo.
Base del espectáculo es el Conjunto Instrumental Syntagma Musicum, de la Universidad de Santiago, dirigido por Alejandro Reyes, de larga actividad en el repertorio medieval y colonial latinoamericano, al que se agregaron ejecutantes en teorba, violín, violone y percusión.
Catorce cantantes forman el cuadro de intérpretes, con Silvia Urtubia (Venus), Gonzalo Cuadra (Adonis), Pedro Espinoza (Marte), Jenny Muñoz (Amor), Pilar Díaz (Belona), Magdalena Amenábar (Flora y Sospecha), Patricia Alvarez (Clori y Temor), Claudia Yáñez (Libia), Hanny Briceño (Celfa), Nicolás Oyarzún (Desengaño), Bernardo Roselló (Jabalí), Marcelo San Martín (Envidia), Christian Codoceo (Chato) y Nancy Gómez (Cintia e Ira).
Todo el grupo de voces alterna papeles o participa en los coros, asumiendo las partes de mayor responsabilidad, de acuerdo con su experiencia. Se logra una acción muy ágil, gracias a la escenografía y vestuario de Germán Droghetti, complementado con la iluminación de Ricardo Yáñez, en un ambiente sugerente y ágil, con múltiple colorido.
Ya se ha destacado al director musical Alejandro Reyes, que, desde el clavecín, conducía a cantantes y orquesta.
El afortunado montaje de una obra cuya música está viva, dando un ejemplo de una labor conjunta de innegable mérito, merece el reconocimiento - y lo tuvo- del público, las autoridades universitarias y del mundo de la música allí presentes. El aplauso ha de ser especial para la Universidad de Santiago, patrocinadora de este esfuerzo artístico, que señala una fecha destacada en el quehacer universitario.