Turandot, Encuentro con la Ópera: el enigma fue descifrado
Juan Antonio Muñoz
3/9/2003
Una década después de la última puesta en escena en el país, Turandot volvió con buena estrella, acreditada tanto por las funciones con elenco internacional como por las del ciclo Encuentro con la ópera.
Bajo la dirección de Rodolfo Fischer, la Orquesta Filarmónica y el Coro del Teatro Municipal aportaron un sonido afiatado, seguro y claro, características fundamentales para distinguir los innumerables detalles de la intensa y variada partitura. Fischer supo guiar este enigmático y sorprendente trasatlántico que es Turandot con mano firme y delicada a la vez, y logró que el público atendiera los recursos tímbricos y rítmicos, las referencias orientales y los vínculos de la ópera póstuma de Puccini con la creación musical de su tiempo. Además, manejó con total naturalidad el paso del sonido de masa a la intimidad más lírica, lo que suele producirse de manera abrupta, en especial en el primer acto, y consiguió una limpieza expositiva absoluta cuando la trama de la partitura viaja paralelamente por dos carriles, como sucede durante el complejo entramado del terceto de Ping, Pang y Pong, con el suave coro como telón de fondo.
La estadounidense Caroline Whisnant fue una excelente Turandot. Su voz es caudalosa sin excesos y pareja por todo el registro. Aunque tiende a oscilar un tanto, su material nunca le impide ser certera en lo musical; así, dibujó una protagonista que vive en el canto bien llevado y no sólo en el impacto vocal. Conduce sus frases con línea y propone énfasis dramáticos a través de expresivas inflexiones y pianísimos entrañables. Sólo puede reprochársele un tanto su dicción italiana, algunas veces errática. Como actriz, consigue algo casi imposible: hace parecer natural el radical cambio de temperamento que sufre la taimada princesa en pocos minutos.
Su Calaf fue José Azócar, quien de tanto oscurecer la voz y hacerla cada vez más pesada, ha perdido flexibilidad y color, mientras los agudos emergen tensos. El material vocal de María Luz Martínez ha crecido en volumen y se ha timbrado, adquiriendo personalidad e interés. Aunque sus medios no responden con exactitud a la tipología de Liú, la joven soprano dio cuenta de una línea de canto consolidada, agudos seguros y facilidad para los pianísimos. Ella puede avanzar mucho todavía en expresividad musical, actuación y en postura física (la espalda más recta, no enterrar el cuello en los hombros).
Homero Pérez encontró en Puccini y su Timur un compositor y un personaje que le vienen perfectamente. El bajo-barítono cubano cantó con emoción y solidez, y dio a su papel, tan ingrato, una relevancia escénica poco habitual. Correcto el Mandarín de Ricardo Seguel, mientras que Gabriel Sierra, con su voz a punto de extinguirse, otorga dignidad venerable al Emperador Altoum. Igor Concha, Leonardo Pohl y José Castro cantaron Ping, Pang y Pong con energía y precisión, y supieron llevar con agilidad y sin excesos el juego de máscaras trazado por la régie (Roberto Oswald), que debe integrarse orgánicamente con una trama de otro carácter.