Turandot, elenco internacional: Excelente dirección musical
Francisco Gutiérrez
30/8/2003
La extraordinaria riqueza musical de Turandot, la última ópera de Giacomo Puccini, quedó plenamente de manifiesto en la reciente versión presentada por el Teatro Municipal, principalmente gracias a la dirección orquestal de Jan Latham Koenig. El músico logra un equilibrio sonoro que permite apreciar la participación de cada uno de los elementos en juego -orquesta, solistas vocales y masa coral- sin que alguno opaque a los restantes y de acuerdo con la importancia asignada a cada uno de ellos por el compositor en el momento oportuno, obteniendo de su participación conjunta el esquema musical pensado por Puccini, de una complejidad absolutamente diferente a sus logros anteriores. Cada acto fue presentado como un movimiento musical continuo de características propias, destacando la concepción eminentemente coral del primero, la tensión dramática de la escena de los enigmas en el segundo, el conmovedor sacrificio de Liú en el tercero y el exultante triunfo del cuadro final.
La participación del Coro del Teatro Municipal dirigido por Jorge Klastornick, junto al Coro de Niños dirigido por Teresa Alfageme, alcanzó un nivel excepcional de claridad, seguridad y precisión, y junto a la excelente ejecución de la Orquesta Filarmónica lograron transmitir la grandeza musical de la obra sin caer jamás en un volumen excesivo, a veces tan dañino para la apreciación de esta ópera, aspecto especialmente controlado por Latham Koenig con óptimos resultados musicales.
La participación de los tres solistas vocales principales, sin llegar a un nivel de excepción, se situó en un plano aceptable, dentro del cual cabe destacar la participación de la soprano Audrey Stottler (Turandot), de vasta experiencia en su rol y cuyas dificultades vocales aborda con plena comodidad. Un aspecto muy atractivo de su muy personal concepción dramática del personaje es que consigue transmitir su transformación ante la fuerza avasalladora del amor en forma muy convincente, dando así pleno sentido al sacrificio de Liú. Esta fue interpretada con mucho acierto por la soprano chilena Ángela Maureen Marambio, de excelentes medios vocales y cuyos recursos expresivos se han acrecentado de manera significativa. El tenor Janez Lotric se situó en un plano interpretativo más corriente; si su seguridad musical le permite abordar el difícil rol con corrección, su actuación vocal carece del brillo necesario. El bajo Homero Pérez (Timur) consigue dar relieve dramático a su personaje, demostrando además auténticos progresos vocales y musicales. El trío de ministros, formado por Patricio Sabaté, Pablo Ortiz y Germán Greene es más satisfactorio en el aspecto teatral que vocal, logrando sólo en parte transmitir la belleza de la prolongada escena que inicia el segundo acto. Nos parece que la voz de Sergio Gómez no se acomoda a la tessitura del breve pero importante rol del Mandarín y, aunque Gabriel Sierra logra dar autoridad al emperador Altoum, su rendimiento vocal es demasiado débil para el pleno logro musical de su relevante participación al comienzo de la escena de los enigmas.
La presentación, el movimiento escénico y la iluminación son de Roberto Oswald, complementados por el vestuario de Aníbal Lápiz. Se trata de un trabajo de gran corrección y efectividad, pero tradicional en su concepción y algo recargado para el tamaño de nuestro primer escenario. Pensamos que actualmente la estructura dramático-musical de esta obra justifica otro tipo de tratamiento escénico.