Una lograda "Salomé"
Francisco Gutiérrez Domínguez
23/9/2003
La nueva producción de "Salomé" del Teatro Municipal se caracteriza por una sobriedad interpretativa que desarrolla e incrementa paulatinamente los efectos dramáticos de la trama y sus personajes hasta desembocar en una lograda culminación de la tragedia, tanto en su aspecto musical como teatral. El marcado carácter opresivo de la escenografía de Ramón López crea un apropiado ambiente para el desarrollo de su acertada dirección escénica, libre de todo exceso de gesticulación expresiva, produciendo en forma inevitable el fatal desenlace por la obstinación y agresividad gradual de los caracteres. Las características de su iluminación responden a un profundo sentido dramático, acentuando especialmente el efecto de la espeluznante escena final.
El vestuario de Germán Droghetti aporta también adecuación y sobriedad, con un discreto acercamiento de los personajes a una época más cercana a nosotros, con algunos fuertes contrastes de forma y colorido que evitan cierta monotonía visual.
El director Maximiano Valdés comienza con una suave y tranquila introducción de los temas musicales, expresión que luego intensifica con claridad meridiana ante el desarrollo de los mismos al acentuarse el contenido expresivo de la partitura. Para ello logró extraer de la Orquesta Filarmónica una ejecución ejemplar con el destacado aporte de algunos solistas instrumentales. Si durante el enfrentamiento inicial entre Salomé y Jokanaán, la expresión de la pasión incipiente es más bien contenida, su interpretación de la maldición del profeta, de la escena entre Herodes, Herodías y los judíos, así como de la danza de Salomé está marcada por una fuerte premonición de la tragedia final, la que culmina en una resplandeciente ejecución musical de las patéticas expresiones finales y una aterradora muerte de la Princesa.
En los roles de Salomé y Jokanaán esta versión contó con dos artistas de reconocida categoría en los principales teatros líricos, especialistas en este tipo de repertorio. La soprano Susan B. Anthony presenta una caracterización de la princesa que se afianza tanto vocal como escénicamente a medida que se desarrolla la ópera. Posee una incisiva voz de carácter lírico, de gran atractivo y claridad, muy apropiada a la juventud del personaje y capaz de la expansión necesaria en ciertas secciones que exigen una fuerza vocal propia de la expresión requerida por Strauss para el apasionado personaje. Aunque su técnica vocal no siempre responde con la misma exactitud a estas exigencias, logró dar el debido relieve a la complejidad emocional de su rol en el extenso monólogo final. El barítono Robert Hale posee un bellísimo timbre, parejo en todos sus registros que utiliza con musicalidad impecable y si nos pareció algo parco en su intensidad expresiva, su enfoque del Profeta carece de arrogancia ante su manifiesto sufrimiento físico y moral por la rebeldía de Salomé.
Udo Holdorf (Herodes) y Graciela Alperyn (Herodías ) presentan agudas caracterizaciones vocales y escénicas, plenas de amarga ironía e insatisfacción. El tenor aprovecha muy inteligentemente una voz que ya no está en un estado floreciente para enfatizar la inseguridad de un envejecido monarca, aterrorizado y lascivo. La mezzosoprano argentina posee una poderosa voz de gran efecto dramático que da la fuerza requerida a las ásperas intervenciones de Herodías, si bien algunas resultaron intencionalmente descontroladas.
Todos los artistas chilenos que completan el extenso reparto lograron gran corrección en su desempeño, destacando el Narraboth del tenor Luis Olivares, musical y vocalmente impecable, y los cinco intérpretes de los judíos que sortearon su difícil conjunto en forma irreprochable.