Imaginativa dirección musical para “Salomé”
Juan Antonio Muñoz
30/9/2003
Como música de hadas debía ser dirigida la compleja partitura de Richard Strauss para “Salomé”. Así lo expresó el propio compositor, quien se atormentaría de escuchar las usualmente pesadas y tensas versiones que circulan en discos y en teatros. La dirección de Maximiano Valdés, sin embargo, parece haber tenido en cuenta esto porque su mano hizo fluir la música en un vuelo lírico poco habitual, que podría identificarse como un telón de fondo feérico sobre el cual se produce el drama humano.
Esto cargó de acentos curiosos la atmósfera y permitió distinguir tres planos superpuestos: el de los instrumentos con su viaje aéreo, como un gran sueño que va a caer sobre las líneas centrales de la danza de los siete velos y sobre las invocaciones al “misterio del amor”; la curva expresiva de la acción trágica, con tramado expresionista, y el texto poético de Wilde, con links tanto hacia las múltiples asociaciones que hace la música como hacia los hechos espeluznantes que se relatan. Todo un acierto, sin duda, su imaginativa entrega, aunque un momento tan reconocible como el inicio de la danza principesca se oyera un tanto destartalado en la función del miércoles 24. Su labor debió contar con una dirección escénica de trabajo más profundo y refinado, y de un nexo mayor con la concepción de la puesta.
Austera y funcional la escenografía (Ramón López), mientras que la iluminación sí tuvo complicidad con la sugerencia que emergió del podio. El vestuario (Germán Droghetti) parecía provenir de tres montajes distintos: Herodías y su marido venían de una moderna fiesta de gala; los guardias, los judíos y Jokanaan estaban en look bíblico renovado, y Salomé, con su melena rubia y su traje new age parecía sacada de la Revolución de las Flores. En suma, las óperas deben ser muy bien pensadas en conjunto por los creativos contratados, de manera de que el espectáculo tenga coherencia.
Tras los borrosos recuerdos de Brenda Roberts (1980) y Mary Jane Johnson (1990), Susan B. Anthony fue muy aplaudida y le puso empeño al papel central. Pero ella no entiende bien la curva expresiva que la dupla Wilde-Strauss pensó para Salomé, desde la figura erótica inconsciente que es al inicio hasta la libertad sanguinaria que asume al final.
Su voz es la de una lírica grande, como para Elisabeth o Elsa o Sigliende, pero sostener vocalmente a la princesa de Judea se le hace cuesta arriba. Su entrega dramática funcionó mejor en el final, favorecido además porque la régie sí acertó en el juego de sombras para describir el asesinato exigido por Herodes, causando impacto en la audiencia.
Cantante elegante, de buen fraseo y hermoso color es Robert Hale, quien fue la gran figura vocal de la noche, con su Jokanaan imperativo pero a la vez abandonado y destruido. Udo Holdorf cantó un desagradable Herodes, transmitiendo la acidez y las limitaciones humanas del personaje a través de una gestualidad exagerada y de un canto incisivo.
Aunque los agudos de Graciela Alperyn fueron calantes, la mezzo argentina impregnó de un vigor extraordinario a Herodías, cautivando por el uso de sus centros y graves, y por su sentido de la palabra. El tenor Luis Olivares ofreció un conmovedor retrato de Narraboth y supo dar cuenta desde su célebre frase de inicio (“Qué hermosa está la princesa Salomé esta noche”) del deseo aplastado por la situación social. Correcta Claudia Godoy como el paje de Herodías y afiatado el grupo de judíos.