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Entre la plaza y el Conservatorio (3/10/2003)

03 de Octubre de 2003 | 00:00 |
Entre la plaza y el Conservatorio

Así -a medio camino entre lo popular y lo docto- es como quiere caminar Horacio Salinas durante su trayecto musical. Lo logra con excepcional prestancia en Remos en el agua, su primer disco tras su salida de Inti-Illimani.


Marisol García C. (3/10/2003)

La edad de los árboles se mide por los anillos en su tronco. La de los seres humanos, por sus arrugas y canas. Buscando un equivalente, Horacio Salinas es un músico "muy bien conservado" para llevar ya cuarenta discos grabados, la unidad de medida que distingue a los compositores nóveles de aquellos tan fogueados como este guitarrista iniciado profesionalmente junto a Inti-Illimani en 1967.

A dos años de renunciar al conjunto, Salinas mantiene un cierto espíritu de grupo en Remos en el agua, su segundo disco solista (el primero es Música para películas, de 1997) pero el primero como ex-Inti. Lo acompaña una banda estable de tres jóvenes instrumentistas (su hijo Camilo -también integrante de Petinellis-, el contrabajista Fernando Julio -de Javiera y Los Imposibles- y el percusionista Danilo Donoso), hay espacio para siete músicos invitados, y hasta las letras de las canciones convocan también otras voces, principalmente de poetas (Jorge Teillier, Nicolás Guillén) y del socio más importante en la carrera de Salinas, el también cantautor Patricio Manns (quien aporta la letra de tres canciones del álbum).

Por eso a Horacio Salinas le acomoda describir a Remos en el agua como un disco de grupo "que yo comando". Son suyos los arreglos de canciones animadas por timbres diversos (acordeón, contrabajo, órgano Hammond, trompeta), vagamente anclados en el folclore latinoamericano. Según el músico y profesor universitario, éste es un álbum de homenaje a su infancia, a la música favorita de sus padres, y al sur de donde viene. Este creador de Lautaro ha elegido un verso de su conciudadano Jorge Teillier para darle título a un disco que suena a nostalgia: "...pienso que la felicidad / no es sino un leve deslizarse de remos en el agua".

-Parecieras incómodo con identificar este disco como un trabajo sólo tuyo. Hasta en la carátula sales en grupo y retiras tu nombre. ¿Cómo entender eso del grupo "Salinas"?
-Salió un poco en broma, un poco en serio. Es un grupo que se llama Salinas entre otras cosas porque hay muchos familiares involucrados. Pero a mí me gusta trabajar en equipo, y creo que mi experiencia en este disco no es muy distinta a la de los discos de Inti-Illimani, en el sentido que hay una manera de ir descubriendo cosas en la música, que surge de tener al frente a un tipo con un instrumento. Si veo a alguien con una tuba, me imagino inmediatamente qué rol puede tener. Pero para eso tenemos que compartir un espacio y un cierto entusiasmo.

-¿Crees que se nota como un disco de conjunto?
-Lo que tiene de bonito este disco es que tiene un pulso dado porque lo grabamos casi tocando en vivo. Hay muy pocas intervenciones posteriores. Incluso el canto mío está muchas veces grabado junto a los instrumentos, para que no se nos extraviara eso que es muy grato y que es ir sintiendo la dinámica de ir siguiendo una historia.

-¿Te gusta que los de tu banda sean músicos tan jóvenes?
-Más bien, me gusta que sean músicos que ya conozco. Fernando Julio tocó dos años con los Inti-Illimani; lo conozco desde que tocaba contrabajo en la Orquesta Sinfónica Juvenil, hace ocho o diez años atrás. A Camilo lo conozco de toda una vida (ríe, es su hijo). Pero no hay que mitificar esto de la juventud. Ellos son músicos muy fogueados y... tocan como viejos. Entonces no importa que sean jóvenes sino que son buenos músicos.

-Hay una vaga referencia folclórica latinoamericana, pero no se nota como un disco de géneros. ¿Fue algo intencional?
-Tienes razón. Un amigo me decía: "no siento que sea un disco folclórico, pero hay un asunto de raíz bien clara". Creo que debe ser por los instrumentos. Escuchar el acordeón, como está usado -como instrumento melódico-, es novedoso. El órgano nos lleva al jazz y a algo muy popular. Son instrumentos de clara procedencia popular. Lo que me ha gustado toda la vida es buscar con nobleza la energía que hay en la música popular. Me encanta cuando escucho vallenato, porros colombianos, y uno salta del asiento y se pone a bailar. Es la música al servicio del sentido carnavalesco de la vida, pero también del sentido melancólico que tiene la vida.

-Fue también tu esfuerzo dentro de Inti-Illimani. Como desconfiar un poco de lo académico, ¿no?
-Sí. Yo escucho harta música clásica: Brahms, Mahler; Stravinski me vuelve loco. Y creo haber tomado hartas cosas de la energía que tiene esa música. Sin embargo, me gusta de la misma manera el vals peruano, el son cubano o la música celta. Son esos dos extremos los que me apasionan, pero no quiero irme a ninguno de los dos, sino que caminar a medio camino "entre la plaza y el Conservatorio", digamos.

-Es un "medio camino" que puede ser incomprendido por muchos músicos.
-Podría ser. Pero creo que lo importante es ser honesto en decir y en tener algo que decir. Y creo que, finalmente, lo que uno hace con la música es un retrato de lo que significa vivir en este mundo y enfrentarse a este fenómeno de la vida y las historias de la gente. Es eso lo que me subyuga y me emociona para hacer música. El mundo popular, muchas veces marginal, es lo que a mí me nutre. Y mi búsqueda tiene que ver con tomar esos elementos y pasarlos por mi corazón.

-Por tu corazón y por tu instrucción.
-Claro, claro. Porque hay una cosa cultural más de fondo y por mi inicio que fue con la Nueva Canción Chilena, donde se buscaba darle realce a un tipo de música que antaño fue despreciada. Con el Inti-Illimani iniciamos una experiencia de descubrir el mundo de la música popular como un mundo muy valioso, en términos de patrimonio y de sentirse uno parte de eso.

El mundo popular es también el universo indígena al cual hoy Horacio Salinas se acerca de un modo más sistemático, como asesor de un proyecto de orquesta mapuche que hoy reúne a 60 niños de entre 6 y 12 años, todos mapuches y alumnos de escuelas rurales de la comuna de Tirúa, en la Octava Región.

"Verlos a ellos es bien celestial. Ellos normalmente funcionan en cuarteto o quinteto. Entonces es muy audaz intentar llevarlos a un formato de orquesta. El repertorio ha sido compuesto por el mismo director y también por canciones recuperadas de su comunidad. Todos los instrumentos son mapuches: trutruca, trompe, cascaguilla... y cuando cantan, bailan", cuenta.

La próxima publicación de su composición incidental para la banda sonora de la película Sub-Terra hace del 2003 un año especialmente activo para Horacio Salinas.

-¿Es posible, entre tanta actividad, que ahora pienses en Inti-Illimani con cierta nostalgia?
-No miro mucho para atrás. A decir verdad, el sistema de trabajo que yo he utilizado en este disco es muy parecido al que hacía antes. Mi problema no está tanto en con quiénes trabajo o colaboro en cuanto a ideas, sino más bien con quiénes saco adelante ideas que tengo. Una parte muy sustancial del trabajo del Inti-Illimani está en este disco... y espero que así se note, en realidad. No quiero que la gente diga "¿de quién es este disco?" (sonríe). Hay un hilo conductor en lo que hago. Por lo tanto, no tengo nostalgia de eso.

-¿Y dónde está la diferencia, entonces?
-Bueno, creo que en los instrumentos. Son menos y están utilizados de manera, tal vez, más completa. Y eso sucede porque ésta es una banda pequeña y cada cual tiene que justificar bastante bien sus roles. Eso a mí me fascina porque creo que hay una entrega de los instrumentistas bastante intesa. Hay harta pega. Trabajar con pocos instrumentos es fatigoso: tienes que llenar con mucho menos. Pero me divierte mucho más.

Lea aquí el comentario de Remos en el agua de Horacio Salinas y su grupo.

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