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Berlín: Curiosa puesta de "Turandot"

Estuvo a cargo de la cineasta alemana Doris Dörrie. El tenor argentino Darío Volonté fue ovacionado.

07 de Octubre de 2003 | 18:59 | La Nación de Argentina, GDA
BERLIN.- Luego de su exitoso debut como regisseur de ópera en la Staatsoper de Berlín -con "Così fan tutte" dirigido hace dos años por Daniel Barenboim-, la cineasta alemana Doris Dörrie volvió a probar suerte en la lírica, otra vez acompañada por un argentino. Se trata de "Turandot", última e inconclusa ópera de Puccini, presentada como primera nueva producción de la temporada y con el final de Luciano Berio en estreno alemán (estreno mundial escenificado en Los Angeles, mayo 2002). Kent Nagano en la batuta frente a la Staatskapelle, la francesa Sylvie Valayre como la despiadada princesa china y Darío Volonté, con un descollante debut en Berlín, en el rol del héroe Calaf, el más aplaudido en la premiére.

En el escenario, un gran oso de peluche y un teléfono celular representan el mundo estético que Dörrie, inspirada en el manga (estilo de dibujo japonés), imaginó para la fría protagonista oriental. Antes de la tumultuosa premiére, LA NACION dialogó con la realizadora y el tenor argentino.

-¿Qué relación con la ópera y el mundo de la lírica la llevó a convertirse en regisseur?

-Nunca tuve la idea de hacer puestas de ópera y jamás estuve en la lírica. Hasta hace dos años, cuando Barenboim me preguntó si quería hacer la puesta de “Così”, había visto una sola ópera en mi vida: "La flauta mágica". ¡Ni sabía quién era Barenboim! Le pregunté si era una buena historia, escuché la música y decidí hacerla. Luego, la idea de mostrar que los hombres de “Così” son interesantes y sexy funcionó tan bien que se convirtió en un megahit, el más grande desde la unificación alemana.

-¿Cómo llegó después "Turandot"?

-Nagano vino a verme después de “Così” y me dijo que siempre había odiado esa ópera porque no le encontraba sentido, pero que con mi puesta pudo comprender la historia. Me propuso hacer "Turandot" y nuevamente se me representó con claridad la lógica emocional de lo que quería contar, descubrí muy pronto el tono de esa mujer, cómo era el ser humano del que venía ese sonido.

-¿Por qué ubicó la historia en el ambiente de un cómic-manga?

-Viene de la música, está en los sonidos. La princesa Turandot es asiática y para mí viene del mundo del manga. Además, para los jóvenes, esas historias son algo normal, y la princesa, una figura estándar.

-¿Qué diferencias encontró entre el trabajo con cantantes y con actores en el cine?

-Hago con los cantantes lo mismo que con los actores: improvisación y un hilo conductor para seguir los personajes. Busco desarrollar una historia juntos. Sé que para los cantantes es algo nuevo, por eso le expliqué a Darío que es fundamental estar siempre dentro de la historia.

-Hay una gran diferencia entre una escena cantada con orquesta en vivo y una frente a una cámara, con amplio margen de error.

-Naturalmente existen dificultades técnicas de las que soy consciente. Los cantantes deben mirar al director de orquesta, no pueden dar la espalda y cantar. Pero buscamos conciliar eso con lo que quiero contar.

-Entre la fuerza de la música y el efecto de la imagen, ¿sobre qué elementos se asienta su concepción escénica de la ópera?

-La música en una ópera es algo que viene de adentro, es la expresión de las emociones. Luego, es necesario hacer que la historia sea verosímil. Debo tener un Calaf que me haga creer que con un beso suyo una mujer puede cambiar por completo. No me basta ver a una persona con una voz maravillosa, pero que físicamente es desagradable y pesa 3 toneladas. Siempre veo cantantes demasiado viejos, gordos, feos, a los que no les creo ni una palabra.

-Para quienes vean una foto de su representación de "Turandot", ¿puede explicar el sentido del oso de peluche y el teléfono celular?

-Es relativamente fácil: acabo de dar una charla en el hotel Adlon, donde va la gente clásica de la ópera, y comencé preguntando a quienes tenían hijos adolescentes cuál era el elemento más importante de la vida de sus hijas, y al unísono respondieron: "El handy" (forma coloquial de llamar al teléfono celular en Alemania). Esa es la clave. Ella es una chica adolescente que teme salir de su mundo infantil, rosa, en el que vive con sus juguetes. Su manera de comunicarse con el mundo es su teléfono y nada quiere tener que ver con los hombres. Por eso el handy y por eso el oso.

-¿Cómo fue el trabajo con Darío?

-¡Funcionó muy bien! Le tengo una confianza total y creo que él también confía en mí, aunque esté convencido de que estoy loca, lo cual es un cumplido. Le creo todo lo que hace, le creo que quiere ser un héroe y quiera tener a esa mujer. Ha sido como un regalo del cielo, él trajo esa facilidad latina que tanto me gusta. Sin él no hubiera hecho esta producción porque no me hubiera gustado otro cantante. Es curioso que un factor importantísimo en mi decisión de acercarme y quedarme en la ópera haya sido el conocer a dos argentinos: Daniel Barenboim y después Darío Volonté.


Ovación para Volonté

Darío Volonté atraviesa un momento excelente en su carrera europea signado por tres protagónicos debuts en teatros de primera línea: en la Staatsoper Unter den Linden, de Berlín, en la primera nueva producción de la temporada; en la Opéra de la Bastille, de París, en su debut francés, alternándose con Roberto Alagna en "Il Trovatore", y en la Deutsche Oper, de Berlín, para la nueva producción de "La fanciulla del West", con la batuta de Christian Thielemann. En la capital alemana el público lo recibió con una ovación.

-¿Cómo encontrás la modalidad de trabajo en Alemania?

-Es un sistema muy cronometrado donde cada uno se ocupa de su trabajo y no hay fallas. Otro tema es el período de ensayos, un poco extenso. No creo en el ensayo excesivo porque de tanto repetir, hasta el propio régisseur puede aburrirse. El arte para mí no es una cosa de trabajo y trabajo, sí para la voz y la técnica, pero acá hay una cultura de la repetición que me cansa.

-¿Qué hace de Calaf un rol particularmente dificultoso?

-Que sea un papel violento con algunos momentos románticos, por eso no hay muchos cantantes que lo hagan. Es un personaje duro, un conquistador oriental. Musicalmente te puede dejar de cama si no tenés buena técnica; además, requiere carácter y una voz pesada, con penetración en la sala.

-¿Cómo te convenció Doris de que Turandot es una princesa manga adentro de un oso?

-No tengo idea de por qué se inspiró en la manga. Cuando lo vi, me causó gracia porque es una producción loquísima, aunque con mucha lógica. Pero, además, Turandot salió de una leyenda china y muy real no es. Sí puede haber diferencias con las motos, la ciudad moderna que es mi mundo, o el departamentito en que los mete al final, pero Calaf en el fondo no cambia porque lo más importante es el canto, y mientras pueda cantar cómodo sin sentirme ridículo... lo hago.

-¿Qué viene después de este éxito en Berlín?

-No soy de calcular mi carrera, no me gusta programar, soy un cantante atípico en ese sentido. Pero los teatros saben que yo abro la boca y la nota está, eso vale mucho. Así es que consigo los contratos sin que nadie me venda. No tengo agencia grande, no tengo discográfica, soy yo y mi alma. Pero si hubiera tenido que elegir entre ser cantante u otra cosa, me hubiera gustado tener una empresa de camiones o un supermercado, que eran mis sueños de chico. Antes que chupar las medias para conseguir trabajo, prefiero morirme de hambre o salir a mendigar; por lo menos me quedo quieto y la plata me cae sola. Esa es mi filosofía de vida: termino la función, me voy al hotel y no voy a ninguna fiesta a hacer relaciones públicas. Hago una vida metódica y aburrida porque lo que busco es libertad y tranquilidad.
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