Daniel Quiroga
28/7/2003
Solista y director regresaron, claro que temporalmente, a la capital del país. La violinista Frida Ansaldi, solista y docente en Europa y Estados Unidos, se encontró en Santiago con Francisco Rettig, director de orquesta. Algo no frecuente, a menos que los compromisos internacionales así lo permitan. Rettig es actualmente director de la Sinfónica de Bogotá, Colombia, y Frida ofrece conciertos y docencia de violín en capitales y ciudades de Alemania, país en el que reside, y en otros puntos de ese continente. Para la hija de tigre, es decir, del violinista Fernando Ansaldi, destacado como pedagogo y ejecutante en Chile en Música de Cámara, venir a Santiago es reencontrarse con la familia musical que la recuerda a los cinco años de edad abrazada a su violín.
Rettig, también formado en Chile, primero fue violinista de la Sinfónica y junto con crecer artísticamente, comenzó a manejar la batuta con el éxito que le conocemos, lo que le hizo salir al extranjero.
Curioso, pero estos dos chilenos se encontraron también con dos compositores y sólo dos obras en el programa. Primero, el Concierto para Violín y orquesta de Beethoven, en que la solista lució técnica y seguridad musical en el discutido trabajo, el que supo encarar con energía y lirismo sacando el mejor partido de su virtuosidad. El auditorio saludó el trabajo de la solista y su acompañante. Frida demostró su agradecimiento por el reiterado aplauso, ofreciendo un fragmento de una Partita, de J.S. Bach.
La dirección del maestro Rettig en la Cuarta Sinfonía de Anton Bruckner (un extenso trabajo de elaboración orquestal tipo fin de siglo XIX) demostró la madurez y seriedad del oficio adquirido. Lo extenso de sus cuatro movimientos, incluso la reiteración de sus efectos instrumentales notablemente cercanos al lenguaje wagneriano, constituye un desafío para el público auditor. Es tarea del director superar las semejanzas, que para Bruckner eran casi obligadas reverencias a la figura del admirado Wagner, su modelo siempre presente. La obra elaborada por el músico austríaco con la prolijidad extensa que le es propia, no causó fatiga en el auditorio, sino interés y comprensivo elogio por el trabajo sinfónico. El director recibió un bien ganado aplauso por su labor. Todas las familias instrumentales tuvieron oportunidad de demostrar su habilidad de ejecución, por lo que también fueron premiadas con aplausos prolongados.