Daniel Quiroga
12/04/2003
La pianista María Paz Santibáñez apareció en el escenario del Teatro Oriente en medio de aplausos entusiastas. No es el caso de repetir la aventura "médico-artística" que la llevó a vivir en Europa durante varios años. El hecho es que su presencia frente al teclado demostró que la música y su ejecutante han sobrepasado una crisis peligrosa que, afortunadamente, fue superada.
El programa incluyó composiciones de ayer y de hoy, en que figuraban los chilenos Eduardo Cáceres y Boris Alvarado, el peruano Celso Garrido-Lecca, Alexander Scriabine de Rusia, Claude Debussy y Oliver Messiaen de Francia y Yoshihisha Taiira de Japón. Inevitablemente, este grupo de obras acusó más de un punto de contacto estilístico.
La pianista lo explica en su presentación impresa: "Este concierto es a la vez una consecuencia y un homenaje a este continuum creativo, cuyas resonancias se han transformado en el impulso que determina la formación de las nuevas generaciones de compositores".
María Paz aparece así como un poco frecuente caso de pianista que busca estimular la creación de nueva música, en vez de repetir lo más conocido de otras épocas. Por ello, su versión de cuatro obras de Debussy, dos de Oliver Messiaen y una de Scriabine acompañaron la audición de la "Fantasía Araucánica", de Cáceres; "Preludio y Toccatta", de Celso Garrido; "Pazzanti", de Boris Alvarado, y aún el "Sonomorphie I", del japonés Yoshihisha Taiira. Las dos partes del programa recibieron, además, el obsequio de otra página de Claude Debussy. Parte fundamental de esta serie de obras residió en el seguro mecanismo pianístico y el juego de sonoridades ofrecido por la ejecutante como sin esfuerzo. Sin duda, la pianista chilena encontró en Europa su recuperación tanto física como artística.
Se puede decir que María Paz Santibáñez ha ingresado al numeroso grupo de músicos nacionales, creadores e interprétes esparcidos en el continente europeo para bien del prestigio artístico chileno.
