Daniel Quiroga
19/03/2003
Con una concurrencia muy amplia se homenajeó a Claudio Arrau en el primer programa de la Orquesta Filarmónica. El propósito fundamental fue tener presente el último de los conciertos ofrecidos por Arrau en Chile. El director Maximiano Valdés abrió el programa con una obra nacional. Ya era tiempo de oír la Obertura Festiva del compositor Juan Orrego Salas, autor que actualmente vive y crea en Estados Unidos. Su mensaje juvenil, con toques hispanistas y una rítmica enérgica, luce un colorido muy suyo y el apoyo de sus maestros en Estados Unidos. Valdés sacó partido de esta obra que el auditorio recibió con agrado.
Tras una larga ausencia, se escuchó al pianista hispano Joaquín Achúcarro, a quien se entregó la parte solista del Concierto NI, en Mi bemol mayor, de Ludwig van Beethoven. La exigente obra, culminación en su tiempo de la energía beethoveniana y su virtuosidad pianística, fue cumplida por el solista. La brillantez y seguridad relativa de Achúcarro (también en un período culminante de su carrera), fue como un recuerdo cálido del postrer encuentro de Arrau con su auditorio chileno.
El trabajo de maestro y solista observó la debida equiparidad del piano y el grupo orquestal, conservando el diálogo temático. La insistencia del aplauso para el visitante obligó al esperado bis, en este caso un melódico Chopin.
Por su parte, el maestro director finalizó el programa con una versión de la Tercera Sinfonía de Robert Schumann. No se discute ni quita el mérito del gran compositor de obras para piano y para voz el que, comparativamente, sus obras orquestales no guarden equiparidad. Es un trabajo exigente para el director armar y dar vida a este tipo de composiciones que no entusiasmaban al autor.
Valdés obtuvo una buena respuesta de la Filarmónica en los variados movimientos de la Sinfonía.