La pianista va a la peluquería
Mientras toca el piano es artista. Pero cuando cierra la tapa de su instrumento, Elvira Savi es madre, dueña de casa y abuela.
Por Ilona Goyeneche
(24/10/2003)
Esa señora que ha pasado toda su vida sentada frente al piano iba ahora camino a sentarse en una peluquería. Ésta vez no eran sus manos, acostumbradas al teclado, sino otras, hábiles con el cepillo y el secador, las que iban a tocar el cabello fino de la pianista Elvira Savi y peinarla para su concierto de despedida del día siguiente. Se trataba de un homenaje a sus sesenta años de trayectoria artística y académica en la Universidad de Chile de donde se despedía de las aulas. Iba a ser el último peinado dedicado a sus alumnos, el concierto del retiro.
Dos horas antes de irse a la peluquería, la había visto en su ensayo. Era el concierto Nro. 21 en Do Mayor de Mozart para piano y orquesta. Eran ella y la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile. La solista Elvira Savi estaba sentada frente al piano de cola en el centro de un teatro universitario sin público. Savi es pequeña, redonda y amable. Desde mi butaca la veía mecerse suavemente con las notas de Mozart y refregarse las manos limpias y venosas cada vez que le tocaba el silencio.
Ahora la peluquera debe de estar esperándola. Va a llegar tarde. Después de que la peinen, a la pianista tampoco le quedaba tiempo para una ruidosa entrevista. Tenía que llegar a su casa a ensayar a solas. Sonaba extraño. ¿Para ella, que había hecho su primera interpretación a los cinco años, de pie porque sentada no llegaba a los pedales, y que a los 18 ya comenzó su carrera como docente luego de egresar como la mejor Licenciada en Música con Mención en Piano, no debería acaso ser un concierto más? “Hay que practicar hasta la muerte”, me responde Elvira Savi. Hace un rato la había visto con manos firmes sobre el piano en su ensayo, pero ahora le tiemblan cuando escribe el nombre de su marido en un papel.
Aparte de la peluquería otro arranque de vanidad le impide confesar la edad a esta bisabuela de nueve nietos y viuda de un matrimonio de casi medio siglo. Dejar a sus alumnos no le da pena. Y el día en que sus dedos ya no puedan seguir la partitura no le da miedo. Es de ideas fijas y planificada. Tiene programado lo que va hacer durante toda su vida. “Estoy 100 metros más adelante que los demás”, asegura. ¿La sana actitud frente sus cosas la tendrá por los efectos terapéuticos que tiene, según ella, tocar piano? “Mientras tocas, todos tus problemas se te van. Dejas de tocar, cierras la tapa y nuevamente se te viene todo encima”, cuenta Elvira Savi, que no sólo se entregó por completo al piano y a la docencia sino que también a la interpretación de composiciones nacionales. Si no lo hacen los músicos nacionales quién, pregunta sin esperar respuesta.
Los músicos van saliendo del teatro y mientras Elvira Savi se despide de ellos me cuenta que sus alumnos le pidieron que no se retirara. Pero había tomado la decisión hace un año porque aún no le fallaban las manos y por una razón, según ella ética, que es entregar una oportunidad a alguien más joven. ¿Está triste por dejar de hacer algo que lleva haciendo durante toda una vida? ¿Le sobrará tiempo? No mucho, su rutina diaria está suficientemente copada como para que no sea necesario hacerse esta pregunta. El día comienza a las seis de la mañana y antes de salir de la casa ya no hay loza sucia y agua fresca en los floreros. Trámites y, entre dos a cuatro horas diarias de práctica, durante la cual no piensa en nada más que en lo que está tocando y qué expresión y matices quiere darle a la pieza, terminan con el día.
Entre medio de la entrevista se levanta para que le saquen unas fotos para un periódico y vuelve a nuestras preguntas de pasillo. ¿Dónde encontró esa rigurosidad esta pianista de la perfección? La marcó su familia de tradiciones como que de lunes a viernes se hablaba solamente genovés y de sábado a domingo italiano. ¿Qué otros pequeños detalles y secretos familiares hicieron que Elvira Savi se autocalificara una persona maniática del orden? La rigurosidad y constancia la llevó a construir el currículum que lleva en la cartera. Ganar todos los premios nacionales a los que puede aspirar un pianista y finalizar hace un par de meses como “Profesora Emérita” por más de seis décadas de pedagogía en música de cámara. ¿Cree que fue buena madre? No sabe. Fue muy estricta en cuanto a los horarios y el orden con sus dos hijos, cuidados por el padre mientras estaba de gira. Lo piensa nuevamente. Sí, fue buena madre. Según ella ninguno de sus hijos le ha reprochado nunca nada afirma con una sonrisa placentera y una mirada clara.
Elvira Savi se impacienta. Sí, siempre vivió en Chile. Según ella ya le pregunté suficientes cosas y teme perder su hora en el salón de belleza. No, no se arrepiente no haberse ido al extranjero. Ni sus raíces italianas o la necesidad de estudiar en un conservatorio fuera del país fueron lo suficientemente fuertes como para alejarse de su carrera, niños y familia. Dos semanas después de la muerte de su marido, hace quince años, fue cuando la música le hizo perder la compostura. Frente a todo un auditorio lloraba sin parar mientras acompañaba con el piano a la cantante que interpretaba “Margarita en la rueca” de Schubert que hablaba de una mujer que, mientras teje, pierde el sentido de la realidad acordándose de su marido y el amor que siente por él. De repente se acuerda de que en verdad está sola y que ese hombre ya no está. Pero no deja de tejer.
Es hora de terminar la entrevista. Con paso corto se aleja este cuerpecito feliz y medio encorvado tarareando la música que ensayaba hace una hora. Iba llegar tarde a la peluquería.