Ciertos aires de pueblo dolido
La música del cuarteto chileno Mecánica Popular no puede dejar de ser un poco nostálgica. En ella se cruzan los sentimientos más profundos de la tradición poética chilena, con las influencias rockeras de sus integrantes. Sintiéndose parte de un flujo creativo iniciado por la Nueva Canción Chilena, la banda presenta en
Fata Morgana canciones que parecen fábulas y un sonido sin tiempo ni urgencia.
Marisol García C.
(24/10/2003)
Adentrarse en la tradición popular chilena, libre del prejuicio que ideologías, experiencias y simpatías han ido acumulando en muchos de sus colegas, parece ser el rasgo más atrayente y distintivo de la oferta musical de Mecánica Popular, cuarteto chileno que, pese a la juventud de sus integrantes, se sabe parte de un flujo creativo que los remite a influencias de hasta cincuenta años de antigüedad. Calificados en sus inicios como los más vigorosos exponentes de un nuevo movimiento de “trova-rock” hecha en Chile, los músicos parecen sentirse más cómodos con su asociación a la mezcla de sus dos principales raíces: el rock-folk de gente como Bob Dylan, y la Nueva Canción Chilena, el más importante movimiento de música popular surgido en Chile durante el siglo XX y que hoy es re-descubierto por creadores nacidos mucho después de que sus ímpetus libertarios cambiaran, durante los años 60, al arte chileno para siempre.
Mecánica Popular es un grupo que piensa sobre el significado de su creación de un modo inusual en los músicos de su edad. Manuel García (voz y guitarra), Mario Villalobos (voz y bajo), Marcos Chávez (batería) y Diego Alvarez (guitarra) conversan, por ejemplo, sobre jamás transar su identidad como banda en la lógica de mercado. O la importancia de que -independiente de su búsqueda- su música siempre mantenga a lo popular como principal prioridad.
Su nuevo disco,
Fata Morgana (2003, Alerce), los reencuentra con la composición de canciones de asociación libre y espíritu narrativo que caracterizó a su debut (
Mecánica Popular, 1999) y tras el experimento conceptual realizado en
La casa de Asterion (2000). Es un álbum que puede escucharse como una colección de fábulas, en el que relatos ficticios se acomodan sobre una base homogénea de cuerdas sobrias y libres, que compensan con su quietud, la agitación que a veces pueden sugerir sus versos.
“Mi idea siempre ha sido componer textos que no puedan ser identificables con el autor-, explica el cantante y guitarrista Manuel García. “Para mí, lo mejor es escuchar una canción y no identificarme con ella, poder mirarla desde lejos”.
-¿Es ése tu principal criterio de selección?
-No. Lo que nos guía es hacer música popular, ajustándonos a una estructura mas bien convencional: estrofa, estribillo, estrofa. En el primer disco hay canciones que tienen hasta seis partes. En este caso, estuvimos lejanos de eso; preferimos trabajar los temas de una manera más vertical que horizontal. Y, luego, nos interesa mantener un mismo espíritu a lo largo del disco, sin canciones que puedan distraer la atención de las otras.
-Esa opción por trabajar discos como una obra unitaria es como el anti-pop, que privilegia los singles y la dinámica dentro de los álbumes.
-Sí, pero yo no le tengo miedo a la palabra comercial. El mercado es el lugar donde tú vas a ofrecer tu trabajo, y es una vitrina en la cual expones tu obra. Sí le tengo miedo a que la palabra mercado está muy restringida a cosas mediocres. Pienso que, de cierta manera, uno igual está tratando de participar dentro de un mercado que tenga más que ver con la tradición cultural de un pueblo. No un mercado sanguinario donde vas a transar lo último que te queda.
-¿Se insertan, como banda, dentro de una tradición creativa chilena?
-Yo no sé si podemos hacernos cargo de eso. Pero me gustaría pensar que así ha sido, que hemos recogido algo de la lírica poética chilena.
-¿Qué has aprendido tú, en concreto, de los compositores chilenos?
-A mí me gusta lo reflexivo, lo desenfadado que hay en lo autóctono, en lo indígena. Me gusta descubrir esa voz secreta, rockera, de la Violeta Parra. Ese sentido profundo y reflexivo de Miguel Arteche. Me gustaría pensar que tengo una pizca de Neruda, al descubrir de pronto que una cosa simple se puede decir de otra manera, y que en una alcachofa ves un mundo. Y también -por qué no decirlo- ciertos aires de pueblo dolido, cierto sufrimiento que se ha ido pasando de corazón a corazón, de poeta a poeta, de pintor a pintor, de persona a persona. Y rescatar un poquito eso que está en un poema, y que a veces también lo puedes ver en una mirada que va en una micro, pegada a la ventana.
-Eres un compositor urbano.
-Claro. Yo creo que, en ese sentido, el disco es bien santiaguino. A pesar de que nosotros tenemos una raíz nortina, un paisaje medio desértico (dos de los integrantes del grupo pasaron su infancia y adolescencia en el norte), pero el disco ya tiene ese carácter de que ya llevamos tiempo acá en Santiago, y de que vamos caminando como todo el mundo. Hay una especie de apesadumbramiento que es parte de la realidad difícil de una ciudad, pero que también es parte de vivir a los pies de la Cordillera y también de ponerse un poco reflexivo.
-Dices que no te gusta identificarte en tus versos. ¿A quién pretendes identificar?
-Me preocupa rescatar un “nosotros”. Me pienso como un otro cuando estoy componiendo una canción. Comúnmente estoy pensando en la gente más desvalida, pero no desde el punto de vista de la pobreza, solamente, sino que también desde el lado del dolor, de la soledad de la ciudad. Como que yo soy una persona muy alegre en general, pero al componer estoy muy triste. Y cuando salen canciones luminosas, las guardo como tesoros.
-¿Qué tan importante es para ti la Nueva Canción Chilena?
-Fundamental. Por mi viejo me metí desde chico en todos los grupos: Quilapayún, Illapu, (Eduardo) Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Congreso, Patricio Manns, Víctor Jara; la Violeta, sobre todo. Siento que la nueva canción se está abriendo caminos constantemente. Y sube y baja, pero es un canto ineludible. Porque las bandas jóvenes terminan asimilando este folclore. Y Petinellis le hace un homenaje a Quilapayún en su portada, y no falta el que toca cueca por aquí y por allá, y aparecen los Bunkers haciendo un homenaje a Los Jaivas. Entonces, son movimientos que siempre van a terminar dándose la mano. Lo malo es tender a hacer estatua de las cosas y decir que en la Nueva Canción no puede haber una guitarra eléctrica. Yo creo que hay que distinguir forma y contenido, y la Nueva Canción se analiza según su contenido.
-Pero tus composiciones no son “políticas”, en el sentido que lo entendían los grupos que acabas de mencionar.
-Son reproches que te hacen, que no estás siendo lo suficientemente directo. Pero decir algo nuevo cuesta. Y, además, hay otros temas, que son tan sociales como cualquier otro. Y a mí me interesa llegar a la sociedad completa; no hago la división de Plaza Italia para arriba y para abajo. Yo encantado de que “Máquinas y sangre” la escuche alguien de RN y la UDI.
-¿Entienden estas cosas tus amigos?
-Hace poco tuve una discusión nada memorable con un grupo de amigos a los que les reconocí que mis dos principales influencias en este momento son Devo y Atahualpa Yupanqui.
-¿Devo?
-En serio. Son dos cosas que me seducen. Me vería bien tocando con Atahualpa y me sentiría feliz sobre un escenario con Devo.
-No te importan los dogmas fundamentalistas, veo.
-Así lo siento, exactamente. Se le hace un flaco favor a Víctor Jara cuando se le muestra solo como un detenido-desaparecido (sic). Yo tengo una formación dentro de la izquierda, pero estoy en total desacuerdo con esa imagen de Víctor Jara como en serigrafía. Es muy mezquino.