Teatro Municipal: novedosa y acertada combinación
Francisco Gutiérrez Domínguez
La presentación conjunta de Pagliacci de Leoncavallo y de Gianni Schicchi de Puccini, una obra maestra de la lírica, cerró la temporada 2003 del Teatro Municipal con una novedosa y acertada combinación de carácter trágico y cómico, que rompió con la tradición de incluir la primera junto a Cavalleria Rusticana de Mascagni, de rasgos demasiado similares. En ambas óperas se contó con la participación del gran barítono italiano Leo Nucci (Tonio y Gianni Schicchi). Sus sobresalientes cualidades de cantante y actor nos brindaron, a carta cabal, dos personajes absolutamente diferentes, los cuales interpretó logrando expresar al máximo sus características musicales y dramáticas. Nos parece que el artista se siente más cómodo en la obra de Puccini, en la cual su actuación resultó de antología por su rendimiento vocal y una actuación histriónica que no necesitó de excesos de mal gusto para extraer toda la picardía y comicidad del personaje. En los roles femeninos principales fue acompañado con mucho acierto y seriedad artística por la soprano Rachele Stanisci quien trazó una Nedda muy atractiva y de fuerte determinación y una Lauretta encantadora en todo sentido. La cantante posee una seguridad musical y vocal que hicieron muy grata su participación. En el papel de Canio (Pagliacci) se presentó el tenor armenio Gegam Grigorian, de vasta experiencia mundial, y cuya interpretación musical y vocal del famoso rol es más distante que la de otros famosos tenores, pero se caracterizó por una honestidad interior que algunos inconvenientes vocales le impidieron plasmar en forma más comunicativa. Si su registro agudo es especialmente poderoso y de gran efectividad, ésta disminuye por cierta falta de volumen en la tessitura media que además lo lleva a un fraseo musical de corto aliento. Sin embargo su actuación global fue mejorando para terminar con una impactante escena final. El reparto de Pagliacci se completó con las actuaciones de José Julián Frontal (Silvio) y Gonzalo Tomckoviack (Beppe), ambos de grata eficacia y sentido dramático, logrando el primero una presentación de alta calidad en nuestro país. En Gianni Schicchi el extenso reparto de parientes, todos interpretados por artistas nacionales, resulto muy homogéneo y preciso, revelando un excelente trabajo de conjunto. Fueron liderados por el Rinuccio del tenor Luis Olivares, de encomiables cualidades musicales, pero esta vez su seguridad vocal sufrió pequeños tropiezos por la difícil tessitura del trozo Firenze é come un albero fioritoÉ. Hay que mencionar también la Zita de Lina Escobedo y el Simone de Sergio Gómez junto al sólido Notario de Rodrigo Navarrete. Rani Calderón dirigió las dos óperas, poniendo especial énfasis en los detalles orquestales que resaltan la vena lírica de Pagliacci y el exuberante tejido temático de Gianni Schicchi. Al comienzo de la primera se produjeron leves desajuste orquestales, pero la segunda resultó de conveniente vitalidad y energía rítmica. Los coros, dirigidos por Jorge Klastornick y Teresa Alfageme actuaron y cantaron con gran acierto en Pagliacci.
La presentación escénica, tradicional y de buen gusto en Gianni Schicchi, estuvo a cargo del equipo formado por Willy Landin (dirección escénica ), Enrique Bordolini (escenografía e iluminación ) e Imme Möller (vestuario), que nos ofreció para la obra de Leoncavallo una presentación teatral de acuerdo a las tendencias actuales en la escenificación del repertorio general del arte lírico y que concibió Pagliacci como una obra que se presenta en un estudio de Televisión de la década de 1950. Este procedimiento se realizó con seriedad y lógica, respetando las características esenciales de la trama y sus personajes. De esta forma puede resultar efectivo y de curiosa atracción. Por momentos la novedad conquista y nos mantiene constantemente atentos, logrando que casi aceptemos el acercamiento del arte lírico a las tendencias del teatro actual. Pensamos que el procedimiento correcto es ir creando para el arte lírico una forma teatral propia e independiente, que profundice y revitalice el sentido dramático de todo el repertorio, incluso tradicional. Esta posibilidad ya ha sido probada con éxito en Chile con las recientes presentaciones de Falstaff, La Clemenza di Tito o Capuleti e Montecchi. Por otra parte, una obra de efecto tan directo y obvio como la que nos ocupa, no necesita de efectos especiales para llegar al auditorio.
Si esta tragedia puede suceder en cualquier época y ambiente, el autor concibió una expresión musical que contiene matices y características pertenecientes a la época y lugar originalmente elegidos y que es muy difícil obviar en forma tan tajante para su presentación.