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Qué bonita vecindad 13/11/2003

13 de Noviembre de 2003 | 00:00 |
Qué bonita vecindad


Con discos indispensables del año como los de Yeah Yeah Yeahs o The Strokes, que acaban de ganar el cielo de nuevo con “Room on fire”, el nuevo rock en llamas sale de Nueva York al mundo. Y éste es un reporte desde el corazón del barrio.



María José Viera-Gallo, desde Williamsburg, Brooklyn. 13/11/2003

Ya nadie lo duda: el presente del rock se está escribiendo en una ciudad que luego del 11 de septiembre de 2001 parecía desahuciada. En dos años, Nueva York supo convertir su karma apocalíptico en otra razón para autoinventarse, sacando a luz una serie de bandas que parecen comprobar esa teoría según la cual bajo las cenizas siempre surge algo bueno.

Hace veinte años que la escena rockera neoyorquina no se entusiasmaba con ningún sonido local, y vivía del recuerdo de los mismos padres del movimiento post punk de los ’80, tanto estadounidense como inglés - Talking Heads, Suicide, Siouxsie, Gang of Four, The Cure, Joy Division, por citar algunos- , que hoy heredan nuevas bandas como The Rapture, Yeah Yeah Yeahs o Liars. Las comparaciones entre las dos épocas abundan: el mismo underground desde la sombra, el mismo conservadurismo republicano contra el cual rebelarse.

Este renacimiento musical debe mucho a The Strokes. Su álbum debut, “Is this it” (2001) fue la señal inequívoca de que algo nuevo ocurría en la gran manzana. Su segundo LP, “Room on fire”, acaba de ser editado y confirmó que estos veinteañeros de sucias zapatillas Converse no son un simple fenómeno mediático. El New York Times los volvió a bautizar como la mejor banda del planeta y el influyente Village Voice, aunque más escéptico, terminó por rendirse ante el cantante Julian Casablancas y compañía, olvidando los recelos que les tenían por ser niños de colegios caros de Manhattan con un look falsamente desastrado (apodado aristotrash).

Con once canciones comprimidas en 33 minutos, “Room on fire” es un ejemplo acabado de cómo hacer canciones cortas y vibrantes. Sin inventar nada, The Strokes dan la impresión de reinventar todo, superando sus propias influencias (Velvet Underground, Iggy Pop, Ramones). Su disco es también un manifiesto lírico de una generación saturada del mundo virtual, que busca la experiencia vital del amor y del sexo más que la información, y se alimenta más de la calle que del glamour. Fieles a este espíritu, en el verano pasado The Strokes tocó gratis en Union Square (comparable a Plaza Italia en Santiago) en un recital sorpresivo, sólo publicitado a través de volantes.

Aunque de bajo perfil, su éxito mundial abrió las puertas a sus vecinos del otro lado del río, en Brooklyn, quienes han convertido el barrio de Williamsburg en la meca rock y en una sólida alternativa al poderoso mercado hip-hop. Si en los 90’s Seattle era epicentro del grunge, hoy Williamsburg es la capital del resurgimiento post punk encarnado por The Rapture, Interpol, Yeah Yeah Yeahs o Liars.

Varios fueron descubiertos y producidos en sus inicios por el sello DFA (cuyo dueño, James Murphy, ha trabajado con grupos ingleses como Primal Scream y U.N.K.L.E ). No es casualidad que todos ellos, más The Strokes, con un tema censurado en la versión estadounidense de su primer álbum (“New York City cops”, algo así como “Pacos de Nueva York”), figuren en la compilación de DFA “YES New York”, un orgulloso homenaje a la ciudad.


Ni McDonalds ni Starbucks

Tomando la línea L del metro desde Manhattan se cruza el East River y se llega a la primera parada de Brooklyn: Bedford Avenue. A primera vista, nada parece decir que ahí se genera la nueva escena rock neoyorquina. Antro del tráfico de crack en los 80, hoy es una mezcla de viejas fábricas convertidas en lofts por sus primeros colonizadores (artistas plásticos) y casas que podrían ser las de un suburbio libre de rascacielos, McDonalds y Starbucks cafés.

El porqué de tantas bandas reagrupadas aquí lo explica, en parte, una célebre declaración del ex alcalde Rudolph Giuliani: “Quienes no ganen más de sesenta mil dólares al año no tienen nada que hacer en Manhattan”. Irse a Williamsburg sigue siendo un escape natural. Con alquileres y precios en general razonables, los grupos ensayan en lofts o salas equipadas sin que el vecino reclame, compran ropa usada en Beacon Clothes, se citan en el Verb café (donde Karen O, la cantante de Yeah Yeah Yeahs, se encontraba con Nick Zinner, considerado el mejor guitarrista entre sus pares) o visitan, en la misma cuadra, la disquería Earwax, donde además se venden las entradas de los conciertos de la semana.

Salas como North Six, Galapagos y Warsaw son tan profesionales como cualquier local del otro lado del río y mantienen el espíritu underground que muchos creían sepultado. Cientos de bandas sin sello dejan sus demos con la esperanza de tocar en vivo. Fue lo que llevó a The Rapture - originarios de San Francisco- a vivir un tiempo en su van debajo del puente de Brooklyn.

Después de varios EPs, su impresionante álbum debut “Echoes” (2003), editado en octubre, hace de The Rapture el grupo del hoy y del ahora. El cuarteto liderado por el baterista Vito Roccoforte logra una original fusión de rock y dance, con un espíritu lúdico que recuerda a los ingleses Happy Mondays, bases crudas (y efectos de voz) de los primeros The Cure y frenesí dark bailable de los clubes de los años 80’s. Ellos mismos se definen como un puente entre Inglaterra y Estados Unidos.

Más ruidoso y glamoroso, el trío Yeah Yeah Yeahs, que empezó como telonero de los White Stripes (otro grupo de la generación), tiene el atractivo de contar con la carismática Karen O, una cantante cuyo histrionismo en el escenario impresionó al mismo Marilyn Manson cuando llegó al más reciente concierto del trío en el Irving Plaza de Nueva York. “Fever to tell” (2003), su álbum debut, es indispensable para comprender el fenómeno del revival post punk, y es tan delirante como el LP del novio de la vocalista, Angus Andrew, el líder de Liars: “They threw us all in a trench and stuck a monument on top” (2001).

Para bailar homenajeando a Talking Heads y el electro-punk está LCD Soundsystem, gestados por el mismo James Murphy, del sello DFA, con su álbum “Losing my edge” (2002). Y para reencontrar la melodía y las mejores influencias británicas de músicos como Joy Division lo fundamental es “Turn on the bright lights” (2002) del cuarteto Interpol. Editado hace un año, el disco es una joya new wave de elegantes arreglos que hoy se valora especialmente entre tanto ruido.

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