Canciones que dicen muchas cosas
El cantautor chileno es el más sorprendido con los comentarios que califican a su nuevo disco como un trabajo “polémico”. “Siempre mis canciones han tenido opinión”, recuerda el autor del nuevo álbum
La sombra del águila.
Marisol García C.
(21/11/2003)
Tenemos media hora exacta para llevar esta entrevista a buen puerto: en un rato comenzará el partido Chile-Paraguay y hay cosas que, sabemos, un hombre no perdona.
Y Fernando Ubiergo es un hombre, pero también un músico con ganas de exponer con calma los argumentos que sostienen el que considera es uno de los mejores álbumes de su carrera. El recién publicado,
La sombra del águila es un trabajo de excepcional cuidado sonoro, en parte por la autoproducción de Ubiergo, quien esta vez contó con músicos fogueados en áreas musicales inesperadas, como Fernando Julio (Javiera y Los Imposibles) y Camilo Salinas (Petinellis). Recién en el decimoquinto disco de su carrera, el cantautor reconoce haber logrado parte de la puesta en escena sobria y poderosa que siempre ha admirado en otros músicos.
-Es un disco extraordinariamente cálido-, estima Ubiergo. -Me emociono profundamente en algunos momentos. Y eso me hace pensar que mi música está mucho más cerca de la emoción que de la razón. Te diría que hay una gran cuota de melancolía que me permite escribir sobre cosas que no necesariamente me son cercanas, como la violencia intrafamiliar.
Ese tema en específico se titula “Rompe el silencio” y cumple el papel de primer single. Pero junto a él se ubican canciones sobre su padre (“Bardo”), su hijo mayor que se va a estudiar a Santiago, una historia de amor (“La próxima estación”), un niño autista (“El otro cielo”), la pérdida de un ser querido (“Ojos mojados”). Según Ubiergo “es un disco que reúne los mejores sentimientos, y también los más tristes”. Y pese a que también hay reflexiones sobre el imperio estadounidense, el cantautor parece el más sorprendido por las notas que han calificado a su álbum de “polémico”. El partido Chile-Paraguay está por comenzar y a Ubiergo se le ha olvidado el apuro.
-No es que súbitamente me haya puesto más opinante-, responde sobre los recientes comentarios en prensa sobre
La sombra del águila. -Si tú piensas, hace 26 años había un fulano de blanco que no hacía precisamente baladas. “Cuando agosto era 21” era, evidentemente una canción que decía muchas cosas. Siempre hubo canciones que decían muchas cosas.
-Y siempre desde una vereda un poco sombría, ¿no?
-Quizás. Pero déjame decirte que si mi música fuera para producir sentimientos hoscos, no haría música. Obviamente que yo tengo posiciones, pero éste es un disco de música. No es un disco que produzca tensión, ni una cosa agresiva. Pero tampoco es un disco dulce, meloso.
-A la vez, has dicho que es un disco hecho con mucho entusiasmo.
-Absolutamente. En parte, porque es un disco producido por mí. Hice muchas cosas que antes yo no realizaba, y participé un poco más de los arreglos. Me propuse hacer un disco intenso en cuanto a sus temáticas; testimonial, incluso. Pero también austero, minimalista. En todo momento sentí que quería rescatar, casi salvar de las garras de los arreglos muchas canciones que otras veces han sido casi escondidas por arreglos casi rococó. Por otro lado, no quería un sonido estándar, Miami.
-¿Hablas por la herida de malas experiencias previas?
-Es una buena pregunta. Te diría que esto ha sido un proceso, una evolución. Yo he grabado 15 álbumes. Parto siendo un joven que componía, cantaba y tocaba la guitarra, y me sentía muy agradecido de que cualquiera le hiciera cualquier cosa a mi disco para que sonara grande, digamos. Recuerdo que los más grandes aportes en arreglos son los de Guillermo Riffo (“El tiempo en las bastillas”, por ejemplo) o el español Rafael Trabuchelli (“En algún lugar del mundo”). Pero, luego, mi música –que no es rítmica- no encajó con lo que empezaba a pasar con la tecnología y los nuevos conceptos de arreglos. Y empecé a sentirme incómodo. Sentía que mis canciones tenían que ser tocadas casi en vivo para que fueran fieles a su espíritu.
-¿Cómo solucionaste eso en La sombra del águila?
-Me fui a la cuestión más clásica que profundamente me toca la fibra: un contrabajo, que ya de partida te acerca a sonoridad más madera; una batería ejecutada con plumillas, piano acústico, guitarras acústicas principalmente. Y hay un instrumento que le da un color casi a cada canción, que es el (órgano) Hammond. Y eso nos da una puesta en escena más sobria. Es un disco estéticamente limpio. Buscando un poco resaltar líneas melódicas y textos.
-¿Y te la puedes como productor?
-Si tengo que ser sincero, este disco me supera. Son mejores canciones que arreglos. Pero aunque la producción me supera –y estoy muy lejos de poder producir a otro músico- lo hice para proteger al disco de amenazas que pudieran hacerlo irse a otro lado.
Como un manzano
Residente del balneario de Santo Domingo desde hace varios años, Fernando Ubiergo rompió hace un lustro su pausa adulta con la música.
La sombra del águila afirma un regreso ya marcado antes con los discos
Los ojos del mar (1999) y
Acústico (2001), y afirma la vocación de un autor que dice tener “el alma llena de canciones”.
-Mi primera grabación es de 1977 (“Un café para Platón”). Desde entonces, tras tanto tiempo y experiencias, creo que hay una cierta forma que no he traicionado. Por ponerlo de alguna manera, soy un manzano que sigue dando manzanas; a lo mejor más ácidas o más dulces, pero manzanas.
-¿Te acomoda que te califiquen de trovador?
-No me molesta, aunque me acomodo más como cantautor. Lo que sí no puedo aceptar es que éste sea calificado como un disco polémico. Hay temas que trata que pueden ser polémicos -como “Cuando agosto era 21”, que había dos radios que no tocaban porque la encontraban muy fuerte- pero no es un disco de opiniones. Son fotografías subjetivas, que perfectamente alguien puede no compartir.
-Quizás la canción más opinativa sea “La sombra del águila”, donde reflexionas sobre el imperio estadounidense.
-Yo me imagino algo así como lo que puede haber sentido, qué sé yo, un ciudadano de Creta hace 1950 años, mirando y diciendo “puta madre: esto es un imperio”. Si alguien pescara mi disco en 500 años más, botado en un basural, creo que podría decir “así se vivía en esa época”. Vivimos una época de profundos cambios; yo creo que la Revolución Industrial es una alpargata al lado de lo que está pasando ahora. Y creo que el disco refleja un poquito la inquietud de un fulano que vive al final del sur, se para frente al mundo y tiene dudas.
-"Siento un olor a gato encerrado / qué le ha pasado a este país / nos va a cortar en dos pedazos Pumalín". ¿Por qué escribir contra el proyecto Pumalín?
-No es nada contra Douglas Tompkins. Quizás él es un estupendo y valioso ecologista, yo no lo sé. Pero ¿quién quedará después de Tompkins? Es el imperio que extiende sus tentáculos. Las multinacionales, que hoy son las que verdaderamente gobiernan. Bush, uno de los peligros más grandes que debe haber ahora en la Humanidad. Son cosas que digo con nombre y apellido.
-Te repito: tu diagnóstico es sombrío.
-Sí, es probable que sí. Creo en un destino complejo, aunque por naturaleza soy optimista y tengo una profunda fe en el hombre. Pero el nivel de corrosión que veo, que se expresa a todo nivel, hace que nuestras sociedades se vayan debilitando. Vemos cómo se han metido ciertos temas –drogas, armas, corrupción- que se entrecruzan y que hace que nuestra sociedad parezca más permeable. También pienso que, a problemas nuevos, mentes nuevas. Pero creo que sería un poquito de ceguera no ver el inmenso grado de malestar que se está produciendo en puntos del mundo. Ahora, creo que tampoco hay que perder la perspectiva: es una canción. Lo que uno tiene que entender en el arte es que las obras son interpretaciones de la realidad. Si fueran otra cosa, sería un discurso.
-Trabajaste con Camilo Salinas y Fernando Julio, dos músicos jóvenes de algún modo vinculados a Inti-Illimani, ya sea por filiación o trabajo. ¿Cómo te has relacionado con la música de raíz folclórica chilena?
-Muy bien. Tengo una afinidad que probablemente no se exprese en la música que yo hago, que puedo haber seguido una línea más “Serratiana”. No tengo una gran formación folclórica, pero ya en el segundo álbum que yo hice, incorporé una canción del Pato Manns (“El cautivo de Til-til”). También grabé “Te recuerdo, Amanda” de Víctor Jara. Y dos canciones de Silvio, lo cual me trajo algunos inconvenientes en ese época. Percibía en mi entorno un cierto tipo de música que no sólo me gustaba a mí, sino también a mis compañeros de Universidad. Y yo había generado otra forma que, de algún modo, se estaba cruzando con eso. Me gusta la música chilena. Me gusta lo que está haciendo Álvaro Henríquez con la cueca. ¿Conoce esa cueca del disco de Petinellis, “Fidel”? Yo se lo dije al Álvaro: para mí hay una cueca chilena antes y después de “Fidel”.
-¿Tanto?
-Creo que él hizo una cosa notable en términos armónicos, la llevó a un vuelo impresionante.
-¿Por ahí viene tu conexión con Camilo Salinas, entonces?
-Siempre he tocado con gente muy joven, y me resulta seductor trabajar con gente que tenga influencias distintas a las mías. Mi primer grupo, hace 28 años, tenía flauta traversa, otra guitarra y un xilofón. Desde entonces, he tocado sólo con cuatro grupos distintos en toda mi carrera. En cuanto a Camilo y Fernando (Julio) es gente súper activa y talentosa. Hay una muy buena afinidad ante la música, que pasa por tener un feeling humano, y eso es total, pues siento una gran admiración por lo que ellos hacen.
-¿Lo sientes como un disco de grupo?
-Me gusta mucho el grupo de personas que están ahí. Independiente del formato, el valor está dado por la creación que ahí se puso. Son canciones que puedes acompañar por la Sinfónica o por una guitarra. Creo que hice un muy buen grupo de canciones y probablemente sea uno de los mejores discos que haya hecho.