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Teatro Municipal: Gran vigor expresivo 3/12/2003

03 de Diciembre de 2003 | 18:42 |
Teatro Municipal: Gran vigor expresivo

Víctor M. Mandujano 3/12/2003

La estrecha y próspera relación artística entre el cineasta Sergei Eisenstein (1898-1948) y el compositor Sergei Prokofiev (1891-1953) produjo verdaderos portentos artísticos: entre ellos el histórico filme Alexander Nevsky (1938), con música incidental de Prokofiev, en la era del naciente cine sonoro.

Si bien el músico no fue el primero en establecer esta simbiosis artística, fue sin duda el más importante entre los compositores pioneros del séptimo arte. Durante su estancia en Estados Unidos había incursionado en la técnica sonora del cine y sentía una profunda admiración por los trabajos de su colega ruso.

Bajo esas circunstancias y basada en siete episodios del material concebido para el filme, Prokofiev ideó una Cantata (Op. 78) para mezzosoprano, coro y orquesta, que él mismo dirigió exitosamente en Moscú, en mayo de 1939.

El lunes, Alexander Nevsky cerró con esplendor el IX Concierto de la Orquesta Filarmónica y del Coro del Teatro Municipal, bajo la dirección de Maurizio Benini, con la participación de la cantante rusa Irina Tchistjakova.

Fue el plato fuerte del concierto que se había iniciado con la Obertura El viaje a Reims, de Rossini, y Sinfonía Nº 101 en Re mayor El Reloj, de Haydn.

En Nevsky lució una orquesta espléndidamente afiatada, secundada admirablemente por el Coro y la breve pero muy dramática intervención de la mezzosoprano invitada, de voz poderosa, afinación a toda prueba y gran capacidad comunicativa.

En una apoteosis sonora, La batalla sobre el hielo (5) y En el campo de la muerte (6), con la intervención de Tchistjakova, se elevaron como ejemplos supremos del espíritu de Prokofiev, quien logra aquí una convincente emotividad engalanada por su virtuosismo en el uso de la paleta sonora, herencia de Mussorgsky y Rimsky-Korsakov.

La poco conocida Obertura El viaje a Reims, de Rossini (1825), cuya partitura estaba perdida, siendo encontrada y reconstruida parcialmente en 1984, retrata a un compositor alegre y despreocupado, quien juega con el estilo galante, intercalando pasajes no exentos de solemnidad marcial.

En cuanto a la sinfonía El Reloj, de Haydn (1794), sus aportes no son gravitantes. La novedad de su segundo movimiento (Andante), de cuyas características rítmicas la obra toma su nombre, no alcanzan a superar el desarrollo que Mozart dio a la forma sinfónica en una progresión sólo interrumpida por su muerte, en 1791.

El pulso de Maurizio Benini, certero en Rossini y Prokofiev, no alcanzó a consolidar la obra de Haydn, la cual sonó anticuada y formal.
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