Por: Christine Dössel
¿Chile? Angosta franja de tierra en el extremo surocciddental del planeta. 4.300 kilómetros de largo, 180 kilómetros de ancho, en la parte más estrecha son apenas 80. Desiertos, vinos, volcanes. La Cordillera de la Costa y los Andes. Isla de Pascua con sus figuras de piedra. Salvador Allende y Pablo Neruda. Y desde luego Pinochet. 30 años han pasado desde que estableció su regimen militar. Aquello ocurrió un 11 de septiembre. En 1988 perdió el plebiscito sobre su continuidad en el poder. Desde entonces Chile nuevamente es un país democrático. Al menos hace todos los esfuerzos en este sentido.
No es precisamente mucho lo que a uno se le ocurre por estos lados con respecto a Chile, este lejano país en el margen de la percepción del mundo; y si Günther Jauch nos preguntara por un dramaturgo chileno, ¿quién de nosotros no estaría perdido sin remedio? A la inversa el interés es mucho mayor, y los conocimientos también. Parecería mentira o ni siquiera necesario, pero en el mundo del teatro de Santiago te saben deletrear de atrás para adelante y viceversa los nombres de los más diversos autores (no solamente) alemanes: Roland Schimmelpfennig, Marius von Mayenburg, Fritz Kater, René Pollesch ... – se conocen las obras más actuales y los dramaturgos del año. Incluso puede suceder que allá lleven un texto alemán más rápido al escenario que aquí. «Electronic City», la más reciente obra de Falk Richter, ya se pudo ver en Santiago diez días antes del estreno oficial en Bochum – en un montaje de taller en el marco del 3er Festival de Dramaturgia Europea Contemporánea. Asimismo la obra de Fritz Kater «Tiempo para amar, tiempo para morir », premiada con el premio al mejor dramaturgo de este año en el Festival de Teatro de Mülheim, fue presentada en un «semimontaje». La mercancía más fresca del mercado europeo de obras de teatro. También Francia y España estaban representados con respectivamente dos textos contemporáneas. Francia con «Ma vie de chandelle» de Fabrice Melquiot y «Théâtres» de Olivier Py, España con «Patético jinete del rock and roll» de Jesús Campos y «Eso a un hijo no se le hace» de Josep María Benet i Jornet. De Suiza, que por primera vez participó en el festival de este año como país invitado, llegó «Norway.today» de Igor Bauersima. La afluencia de público para ver estas obras, comparado con el marco relativamente pequeño del festival, fue enorme.
Anclados en Brecht y Müller
El «festival de Dramaturgia Europea Contemporánea», organizado por el Goethe-Institut en conjunto con el Instituto Chileno-Francés de Cultura y el Centro Cultural de España en Santiago de Chile, logró dar nuevos impulsos al mundo teatral en los últimos tres años. No hace tanto tiempo, dice Hartmut Becher, en Chile Bertolt Brecht era considerado un autor alemán contemporáneo, «lo más nuevo era Heiner Müller». Hartmut Becher es director del Goethe-Institut en Santiago y algo así como el papá querendón del festival. Llamarlo amigo de la dramaturgia contemporánea sería poco – él es un fan empedernido, a veces hasta simpáticamente fanático. En su escritorio en Santiago se apilan las más recientes obras alemanas, y si usted llegara a necesitar en forma rápida algún texto actual - no importa si es de Schimmelpfennig, Dea Loher o Falk Richter – Herr Becher con gusto se lo enviará por mail. Asimismo siempre tiene a mano las críticas de los estrenos, y está en contacto directo con muchos autores y lectores.
Cuando Becher y sus colegas de los Institutos de Cultura francés y español crearon este festival de dramaturgia en el año 2000, de ninguna manera tenían en mente una nueva forma de imperialismo cultural, sino un foro de diálogo entre el teatro europeo y chileno. La idea no era importar acabados montajes, sino sólo textos, los cuales – ¡ojo! – son seleccionados por una comisión chilena y ensayados por directores y actores chilenos en los así llamados «semimontajes». Un rol no menos importante juegan en este contexto las actividades previstas en el programa marco del festival: los talleres, los paneles de discusión, el intercambio con el público. Para ello se invita a dramaturgistas, directores y críticos de Europa, y desde luego suelen estar presentes los dramaturgos, cuyos textos son puestos en escena. Hasta ese momento no se conocía en Chile la discusión con el público posterior a la presentación. Hoy es algo que goza de una especial popularidad.
Lo que en este festival se llama «semimontaje» es una forma humilde de designar montajes de taller que ya están muy avanzados, a veces incluso montajes hechos y derechos, casi perfectos. Quizás, ahora en el tercer año del festival que ya ha ganado un cierto prestigio – el año pasado fue galardonado con el premio chileno de la crítica por sus méritos en pro del intercambio cultural – se esté generando una especie de competencia entre los directores jóvenes por quién logra hacer el montaje más lindo, más divertido, más audaz, quién tiene más imaginación o quién llega mejor al público.
El suicidio es un lujo
El festival – que este año colaboró estrechamente con la Facultad de Literatura de la Universidad Católica – aparentemente dio en el clavo. Después del «apagón cultural», la sed de cultura, incluyendo cultura de otras partes, es aún mayor. A eso se agrega el hecho de que los chilenos, por su ubicación geográfica periférica, siempre se sienten un poco aislados del resto del mundo. En ese contexto, la dramaturgia europea – y se sienten más cercanos a la lejana Europa que a Norteamérica, por ejemplo, o a los odiados EE.UU. – sirve también como puente... y como base o digamos roce e impulso para nuevas formas y experimentos. La dramaturgia abierta, a menudo fragmentaria de muchas obras europeas contemporáneas – pero por sobre todo de la alemana – es sentida por muchos actores y directores chilenos como libertad. Y se toman esa libertad para citar y experimentar: con el video, multimedia y pop, con tecnología y trash, con elementos irónicos del cine y del comic, pero también con una rigurosa coreografía corporal, aprendida de la expresión moderna de danza-teatro.
La puesta en escena de Luis Ureta de «Electronic City», por ejemplo, es una farsa estridente, semivirtual de hombres de negocio, que se burla en forma ingeniosa de los problemas nerviosos y de orientación de estresados ejecutivos top. Pero ¡ojo!: Hay problemas más importantes que éste. Y con mayor razón en Chile, un país que económicamente aún no supera del todo el status de país del tercer mundo. Fue en este sentido de alguna manera avergonzante escuchar lo que la joven directora, Francisca Bernardi dijo durante una discusión con el público sobre la obra de Igor Bauersima «Norway today», aquella obra en la que dos adolescentes quieren saltar al vacío desde una montaña en Noruega. El suicidio, dijo, no era un tema en Chile. «Cometer suicidio es un lujo que no podemos permitirnos. Tenemos otras preocupaciones. Ni siquiera nos queda tanto tiempo para tomar caldo de cabeza.» Y luego agregó: «Conocimos el aburrimiento en la vida, pero también lo que quizás pueda salvarlo: actuar.» A todo esto, su puesta en escena de «Norway.today» fue muy divertida y muy cool, y a pesar de ello conmovedora. El montaje fue realizado en conjunto con Ana Maria Harcha y contó con dos actores magníficamente irónicos, que desenmascaran el deseo de muerte de los dos personajes como una actitud ridícula de muchachos inmaduros, malcriados, hijos de la opulencia que aún no han tenido que enfrentar los desafíos de la vida.
Comparado con esto, un montaje «clásico» del Teatro Nacional Chileno en Santiago como «Hijo de ladrón» - una adaptación escénica de la novela homónima de Manuel Rojas -, realizado por Raúl Osorio, el director del Teatro, aparece relativamente tradicional. Osorio, ciertamente el más importante de los actuales directores de teatro del país, convierte la lucha por la sobrevivencia de un pobre y maltratado inmigrante a Chile una solemne ópera hablada con grandes escenas declamatorias, un musical costumbrista grave y sombrío por naturaleza, algo que en este estilo a lo más conocemos de Europa oriental. Armin Petras alias Fritz Kater, también él invitado del festival, percibió la diferencia entre esta puesta en escena representativa del Teatro Nacional y lo que vivió en los talleres con estudiantes chilenos como una «increíble contradicción». En estos jóvenes, con los que improvisó escenas de su obra «Tiempo para amar, tiempo para morir» y que también escriben teatro, Petras descubrió una pasión y una imaginación como pocas veces las ha visto: «Ellos en parte son mucho más anárquicos en su forma de pensar que yo. Nunca he visto nada igual. Menos mal que los tengamos lejos.»
El Schimmelpfennig español
«Nuestra cultura aún está dañada por la época de la dictadura», sentencia Benjamin Galemiri, uno de los dramaturgos más conocidos en Chile. Del festival de dramaturgia europea contemporánea espera ideas nuevas e impulsos para «revalorizar» el teatro chileno. Al fin y al cabo, la mirada hacia fuera podría tener efectos liberadores, aclaradores, inspriradores. A menudo, esta mirada es también más tolerante. «Las obras alemanas», de ello Galemiri está convencido, «no tendrían ninguna chance aquí si hubieran sido escritas por chilenos.» Demasiado incomprensible, no hay personajes, no hay narración lineal. «Aquí el realismo aún es considerado como un totem.» Galemiri lo sabrá. Sin embargo para la nueva generación de gente de teatro esta apreciación no aplica.
Benjamin Galemiri junto con su colega dramaturgo Marco Antonio de la Parra y el director Raúl Osorio forma parte de la comisión del festival que selecciona cada año las obras europeas más estimulantes e interesantes para Chile. Galemiri, quien habla un perfecto francés, se encarga de las obras francesas, Parra de las españolas y Osorio de las alemanas – si bien obviamente su selección se limita a las obras traducidas al español. Precisamente en ello, en la traducción rápida y profesional de nuevos textos dramáticos alemanes, se centra una de las preocupaciones principales de Hartmut Becher, el director del Goethe Institut de Santiago. Cada Instituto Goethe en el mundo puede mandar traducir hasta tres obras al año, para lo cual recibe una subvención de la Central. Quien encarga más traducciones – como el Instituto de Santiago – debe asumir los costos solo. El autor teatral alemán más traducido al español es actualmente Roland Schimmelpfennig. Sólo en el Goethe-Institut Santiago ya se han traducido sus obras «Hace mucho tiempo en mayo», «El sueño árabe», «Antes/Después» y «Oferta y demanda». «Por un mundo mejor» está siendo traducido en Bogotá. Madrid asumió la obra de Ulrike Syhas «Conducir en Alemania», y en La Habana ya se está trabajando en la nueva obra de Fritz Kater «we are camera» y en «Inocencia» de Dea Loher.
La disponibilidad de tantas obras alemanas en español y su difusión a través del festival ya está mostrando sus frutos. Es así como el joven elenco chileno «Un mundo Teatro», al que pertenece la actriz alemana Heidrun Beier, montó en forma totalmente independiente del festival de los tres institutos la obra «La vida de Helge» de Sibylle Berg. Por su parte, a Hartmut Becher se acercó un joven estudiante que desea presentar «Tatuaje» de Dea Loher.
Y también ya se están produciendo los así llamados efectos sinérgicos. Es así como por ejemplo se llegó a una obra de encargo para Roland Schimmelpfennig, un autor enormemente popular en Chile: Se le ha pedido escribir una obra para el Teatro Nacional Chileno que dirige Raúl Osorio sobre el poeta y Premio Nobel chileno Pablo Neruda, cuyos cien años se celebrarán el año que viene.
¿Chile? Región cultural al pie de los Andes. Ni tan lejos.