Mario Córdova
(14/12/2003)
Tan común es que la Orquesta Filarmónica de Santiago cierre cada año su temporada de conciertos con una gran obra sinfónico-coral, que esta vez, pese a no disponerse ese tipo de obras en la última fecha, el programa de mano y algunas notas de prensa anunciaron erradamente la participación del Coro del Teatro Municipal. ¡Errar es humano!
Para este fin de temporada, que dirigió el titular Maximiano Valdés, hubo sólo dos obras muy contrastadas: la sinfonía No 100, "Militar" de Joseph Haydn y "La canción de la tierra" de Gustav Mahler.
Mucho se sabe que Haydn compuso más de un centenar de sinfonías y que las últimas son las más hermosas y famosas, sin embargo poco es lo que se interpretan estas piezas en nuestras salas de concierto. Si había que esperar el momento en que se les diera vida de la mejor forma, esa instancia la trajo Valdés con una "Militar" de total excelencia. Pese a manejar una orquesta un tanto sobredimensionada para este repertorio, su batuta fue más que sabia en el manejo de una fina lectura, fresca y gallarda, alcanzando lo mejor en la secciones iniciales. De la gracia y el derroche melódico del primer movimiento se pasó luego la justa bizarría "militar" en el segundo. Con tan espléndida plataforma interpretativa la sinfonía siguió su curso hacia un gran final, que el público debiera haber aplaudido con mayor efusión.
Con su hora de duración, "La canción de la tierra" ocupó toda la segunda parte, en una versión de muchas e innegables virtudes, pero también de logros no alcanzados. A esta magna obra, que muchos califican de sinfonía con voces, parece más justo darle la categoría de ciclo de canciones con gran orquesta, pues a lo largo de sus seis secciones la participación alternada de un tenor y una contralto es de total relevancia junto al enorme recurso sinfónico.
Bajo tal entendido la versión escuchada flaqueó fuerte en ese aspecto vocal, debido principalmente al tenor (el argentino Carlos Bengolea) cuya voz destemplada, agudos estentóreos, fastidiosa ondulación en las notas largas e incluso serias desafinaciones perjudicaron en demasía las canciones primera y quinta. No hubo contralto sino soprano (la alemana Ruth-Maria Nicolay) quien brindó un desempeño notable. Su entrega brilló con una emisión clara y dramática, llegando al clímax interpretativo en la extensa canción final.
Valdés dominó muy bien la estructura de la obra, luciéndose más en los pasajes de corte camerístico y de sutilezas tímbricas que en aquellos de exuberancia sonora. Al igual que a la soprano, la última canción lo encontró en actitud soberana.