Jesús nace en desolación. En oscuro pesebre. Hace frío y su madre descansa junto a los animales de un establo, mientras José vigila el rumbo de las estrellas. Todavía no llora el Niño porque, aunque abandonado de los hombres, está con el Padre. Atrás quedó el posadero que no dio alojamiento.
Claude Debussy compuso una canción navideña titulada "Noel de los niños que no tienen casa", recopilada por Mario Baeza junto a trabajos de muchos otros poetas y músicos europeos y latinoamericanos en el libro "Aquel Nacimiento" (Ediciones Cantet Vita, 1994):
No tendremos ya un hogar,/ Nunca, nunca más./ El enemigo, sin ninguna compasión,/ todo lo destruyó y lo quemó,/ hasta mi camita en su rincón.
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Lo sé. Ya lo sé./ No tendremos ya un hogar. Nunca, nunca más./ El enemigo sin ninguna compasión/ todo lo destruyó y lo quemó/ hasta mi camita en su rincón.
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Jesús. Jesús el Cristo/ mi buen amigo, no los mires nunca,/ nunca más.
Ayúdanos. Castígalos Tú.
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Si todos te olvidamos,/ perdona nuestro olvido./ Jesús, Jesucristo:/ hoy no deseo juguetes, no./ En cambio, te rogamos nos des/ nuestro pan de cada día,/ a los niños belgas, a los niños serbios/ y a los polaquitos también./ Sí, también...
Hoy, Jesús nace de nuevo, y todos contemplan la callada quietud de su Belén, y otra vez cantan y se agrupan junto al pesebre.
El mundo ahí congregado sigue su marcha, repitiendo cada diciembre -como para no olvidarse de lo humano- los signos que remiten al Origen. Y en medio del ajetreo, resuenan las voces y los saludos de paz, y algunos buscan signos para recuperar el amor y entregarlo a los seres queridos. Son los regalos que abrimos.
Es también la buena cena de la Buena Noche, en hogar seguro y con futuro posible. Es el brillo de un árbol en el rincón escogido. Son, además, los Reyes, que traen consigo oro, incienso y mirra.
La paz de esos pesebres, sin embargo, es precaria. Inestable. Termina con cada grupo porque, amenazante, se descubre pronto la vida de los niños en abandono, niños sin futuro posible y sin un árbol que brille.
Son los Jesús de la calle, los puertos y las sierras, las Marías que no tienen miel ni galletas, los ojos de quienes nacieron hace unos días y que ya conocen el velo de la falta.
"Si los políticos no se unen hoy para legislar urgentemente en favor del menor abandonado, mañana este país también conocerá el miedo a los niños", escribió Jimmy Scout en 1994. Debussy, el compositor aquí citado como poeta, visionario (vivió entre 1862 y 1918) o sólo reproductor de una realidad que no ha cambiado, hace que sus niños no pidan juguetes sino pan, que añoren la camita perdida y que exijan castigo para quienes no supieron tender una mano. Ese puede ser el primer paso para el terror.
Belén reúne al hombre con el Hombre y con Dios. Ahí están los pastores -las gentes pobres-, con su trabajo a cuestas, y también los Magos -el poder y la sabiduría-, con sus dones, su rebalse.
Sor Juana Inés de la Cruz recuerda así los vínculos que se reproducen en el pesebre:
Un hombre, que da alimentos/ al mismo que lo alimenta;/ cría al que lo crió, y al mismo que lo sustenta, sustenta.
Es el Dios nacido que ahora sí llora, como lloran aquí Juan y allá José, Cecilia y Samuel.
El tiempo avanza y las necesidades cada vez parecen más urgentes. No hay paz en Serbia ni en Bosnia. El Hogar de Cristo no da abasto. María Ayuda en silencio y aún hay pequeños que duermen junto al río. En Brasil muchos ya temen a los niños y qué decir de algunos países de Europa y Asia.
Fray Ambrosio de Montesinos:
Desterrado parte el Niño/ y llora./ Díjole su Madre así,/ y llora:
Callad, mi Señor, agora.
...
Llora el Niño del hostigo,/ del agua y del desabrigo,/ con la Madre, que es testigo,/ nuestra luz alumbradora, y llora:/ Callad, mi Señor, agora .
Que no nos inmovilice el tamaño de los trabajos por realizar, y que la paz y abundancia de la personal Nochebuena hagan germinar el amor por el que no está a nuestro lado, por el que no vemos, por aquellos de los que hemos oído hablar y no conocemos. Por los huérfanos y los abandonados, los enfermos y los pobres. Por los niños que lloran sin que una madre pueda secar todas sus lágrimas.
Un niño al que quema el Amor, no tiembla de frío. Tampoco odia.