Teatro Municipal: Buena carta de presentación
Francisco Gutiérrez D. 14/6/2003
Una nueva producción de la ópera Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, de Sergio Ortega, que será uno de los aportes de nuestro país al Festival de Savonlinna en Finlandia, logró una favorable acogida anteayer en el Teatro Municipal.
La emotiva belleza del texto de Pablo Neruda y la atractiva y variada partitura de Ortega se concretaron en un trabajo que lució aquella unión indispensable entre todos los intérpretes involucrados para que un espectáculo lírico transmita una vivencia artística significativa. Es así como la sobria declamación del texto por John Knuckey, algo insegura y demasiado reservada al comienzo, junto a la refinada dirección musical de Maximiano Valdés, brindaron una exposición de la trama en que resaltó conjuntamente el lirismo preponderante de texto y música.
La partitura tiene su mejor expresión en la escena del viaje y dúo de amor del primer acto y en los emotivos corales y solos vocales del segundo, que nos parece el más logrado de los dos por su mayor unidad dramática. Si el primero se extiende excesivamente en el último cuadro (El fandango), la firme y experta batuta de Valdés aseguró el impacto de aquellos trozos en que el compositor incluye melodías y conjuntos vocales de diversos estilos y apropiada variedad instrumental, a modo de caracterización ambiental, y que otorgan un acertado contraste al trágico desenlace dramático.
La Orquesta Filarmónica y el Coro preparado por Jorge Klastornick también tuvieron un brillante desempeño, especialmente el conjunto vocal ya que el carácter eminentemente narrativo de la obra lo transforma en un elemento de especial relevancia, siendo sus intervenciones de gran variedad, riqueza musical y de impactante sonoridad, cualidades que el conjunto consiguió ampliamente.
Aunque es difícil conseguir una adecuada continuidad teatral en una obra de estas características, mediante el excelente trabajo de conjunto de Fernando González en la ágil dirección escénica, de Pablo Núñez con un vestuario vistoso y significativo, así como con la adecuada escenografía y la muy hermosa y expresiva iluminación de Ramón López, se logró una emotiva representación escénica de inusitada vitalidad y emoción, especialmente en las escenas finales, y en otras ocasiones de notable ingenio y buen humor.
Otro aspecto que caracteriza a esta partitura y le otorga una original y atractiva construcción vocal es la cantidad y variedad de conjuntos para solistas vocales que evitan la monotonía expresiva y tienen sus mejores páginas en las voces femeninas y en que destacaron Miriam Caparotta, Claudia Pereira, Claudia Virgilio, Ilia Aramayo y Lina Escobedo, tanto por sus dotes musicales como escénicas.
El grupo de solistas vocales estuvo dominado por cuatro chilenos de connotada actuación en el extranjero. Tito Beltrán, en óptimo estado vocal, hizo gala de un histrionismo que demuestra su vasta experiencia. Muy grato el retorno de Marcela de Loa, de consumada musicalidad y honda expresividad, con una gran actuación en la última de sus tres intervenciones. Notables progresos vocales evidenció Rodrigo Orrego (Murieta) y la mezzo Ilia Aramayo tuvo una notable intervención como cantante negra.
También destacaron Patricio Sabaté (Buscador de Oro) y los argentinos Luis Gaeta (Tres dedos) y Carlos Esquivel (Rosendo Juárez), pero todo el conjunto de solistas vocales merece una mención por su excelente trabajo de equipo.
En resumen, una hermosa presentación en todo sentido que asegura el éxito en el extranjero.