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El valor del tiempo

31 de Diciembre de 2003 | 10:03 | Juan Antonio Muñoz H.
Ya es fin de año y el tema del tiempo y su paso parece tener unos segundos en nuestras vidas. En este mundo del control remoto, de las píldoras informativas, de las sinopsis, el fast-food y las novelas cortas, de la velocidad como valor por sí misma, cada vez resulta más extraño y adverso el lento ritmo de maduración de las cosas.

Es propio de una época leve la opción por la facilidad y el desprecio por lo que cuesta. Es que las dificultades suelen posponer los deseos o retrasar las respuestas. El zapping ayuda mucho a ese olvido del tiempo o a esa utilización rendidora pero no profunda de los ya pequeños módulos informativos que asaltan desde la pantalla. El zapping procura el control preciso e instantáneo y el conocimiento exacto, pero mínimo. Tan mínimo que desde su experiencia casi no caben cruces ni comprensiones.

A eso se añade la publicidad, que difunde, rápido también, el mundo dispuesto a la sonrisa fácil y la amabilidad muy inmediata, previo interés de compra, por supuesto.

A una sociedad que vive así, pronto puede resultarle muy árido el conocimiento de cualquier área y la investigación. También será difícil valorar lo que cuesta, sea esto un gesto o el arte.

El analista Daniel Inneranity acota tres tipos de problemas que merecen atención porque son, además, tres virtudes entrañablemente humanas: paciencia, constancia y elegancia. Virtudes-dificultades que viven sólo en el tiempo.

La paciencia configura un momento de antesala, y puede representarse por el sonido de una orquesta que afina sus cuerdas antes de que el director dé la entrada. Exige atender al proceso de la espera y pavimenta el camino para mejor recibir lo que se espera. Es rara la paciencia hoy en TV y en la calle.

La constancia podría definirse como la dificultad que acredita y mantienen la intención. El estudio de un pianista, la concentración de un actor, la decisión de mantenerse ante una película difícil. Constancia es procurar un conocimiento y también cuesta encontrarla.

Y resta la elegancia, quizás la más difícil de las tres porque se define como una preocupación por la superficie que puede permitirse sólo quien ha asegurado convenientemente el fondo de las cosas. Para ser elegante, por tanto, se necesita tiempo. Un tiempo que cada vez tiene menos la televisión y el televidente, el espectáculo y el espectador, el usuario.

Así está ocurriendo este tiempo. Y se pasa el tiempo. Eso es irremediable.
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