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Mozart y Tchaikovsky 22/1/2005

25 de Enero de 2005 | 14:32 |
Mozart y Tchaikovsky

Gilberto Ponce 22/1/2005


Dando muestras de un acabado sentido del estilo, David del Pino condujo a la Sinfónica en el último concierto del llamado “Enero musical”, que se realizó en el Teatro de la Universidad de Chile.

Wolfgang Amadeus Mozart y Piotr Ilich Tchaikovsky, genios de la melodía y orquestación, son autores que en un solo programa representan un desafío para cualquier director y que en este caso fue resuelto por del Pino de la mejor forma, frente a una Sinfónica en el mejor pie interpretativo y de afinación.

La Obertura de la ópera El Rapto en el Serrallo de Wolfgang Amadeus Mozart con que se inició la jornada, se presentó con toda la frescura y júbilo propio del “singspiel” mozartiano, sus dos partes contrastantes recibieron una interpretación cuidadosa, donde destacaron dinámica y fraseos.

El programa continuó con uno de los conciertos más bellos jamás escritos, el Nº 20 para piano y orquesta en Re menor K. 466 del mismo Mozart, que tuvo como solista a Luis Alberto Latorre uno de las más sólidos pianistas de nuestro país.

Bien conocida es la capacidad de Latorre para transitar sin problemas por los más variados estilos, tanto clásico como contemporáneos, o bien en música de cámara, sinfónica o lied. En este caso, el pianista dio muestras de una digitación, fraseo y sentido de la dinámica del más alto nivel, logrando una complementación prefecta con el director. De esta forma, el carácter sombrío de la obra se presentó sin alardes románticos, pero manteniendo el sentido dramático de la misma.

Las "cadenzas” recibieron por parte de Latorre un tratamiento que le permitió asomarse a lo virtuoso, aportando más mérito a una presentación sobresaliente que recibió por parte del público una larga y fervorosa ovación.

La Quinta Sinfonía en Mi menor Op. 65 de Piotr Ilich Tchaikovsky, una de sus más célebres obras, es de una belleza sobrecogedora que logra transmitir todo el drama interior que vivía su autor. En esta, al igual que en otras de sus obras, Tchaikovsky incorpora melodías folclóricas rusas en los temas fundamentales de la obra y exige de la orquesta una interpretación que va desde la desolación a la exaltación, desde el pianissmo al fortísimo, sin llegar a desbordes que anulen el sentido dramático. David del Pino es afín a este repertorio y su gusto se transmite al conjunto que responde certeramente a su batuta, logrando excelentes resultados. Desde un principio, con la entrada de clarinete acompañado por las cuerdas, se pudo percibir que esta interpretación sería una gran versión, donde las transiciones, contrastes, fraseos y articulaciones de sus cuatro movimientos, se acercaban en gran medida al espíritu que el autor dejó impreso en la partitura.

Las largas ovaciones a cada una de las familias, como a los diferentes solistas instrumentales, solo vinieron a premiar la excelente presentación de una orquesta que se encuentra ratificando los logros conseguidos en su gira por Alemania, bajo la conducción del mismo David del Pino.
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