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La música que nos define 25/01/2005

25 de Enero de 2005 | 00:00 |
La música que nos define

Para esta cantautora chileno-norteamericana la música ha terminado siendo un medio para comprenderse mejor a sí misma y su nómada biografía.


Marisol García C. 25/01/2005

Laura Fuentes está acostumbrada a tener una audiencia de, al menos, dos nacionalidades; y ha aprendido qué anécdotas pueden interesarles a una y otra. Cuando se presenta en Estados Unidos —el país en el que vivió más de veinte años, y a donde viaja a actuar al menos dos veces por año—, puede hablar de asuntos tan pedestres como la relación de los chilenos y sus calefonts (una real rareza para quienes jamás han visto uno), pero también de la diversidad de influencias, referentes y voces vivas al interior de una nación que muchos ven con la distancia de lo exótico.

La cantante y autora asume, así, una suerte de embajaduría cultural que la satisface (“es bueno mostrar que América Latina no es sólo un museo”), pero que también le ha exigido un gran esfuerzo, sobre el cual puede dar preocupantes detalles. En su vocación autónoma y persistente, Laura Fuentes encarna las más admirables virtudes del espíritu “independiente” que anima a los músicos sin apoyo multinacional. Bajo etiqueta Azul apareció su único disco editado hasta ahora en Chile (Donde vivo, 2003), y es ella quien gestiona desde las más sencillas presentaciones al aire libre hasta las más ambiciosas giras al exterior.

Sin embargo, basta escuchar su música para reparar en que Laura Fuentes es, también, un ejemplo inusual de cantautoría femenina “made in Chile”, de gran rigor y búsqueda. La diversidad de referencias, arreglos e invitados en su disco la vinculan a una tradición de investigación sobre la música popular a la cual también podrían adscribirse amigas y colegas suyas como Francesca Ancarola, Magdalena Matthey o Elizabeth Morris. Laura tuvo estudios universitarios de música en Wisconsin y mantuvo durante varios años al grupo Sotavento. Además de Donde vivo, son suyos los discos Sobrevida (1997) y Delicadeza (2000).

—Ya desde un punto de vista práctico, pretender trabajar como cantautora en Chile tiene que haberte significado una sorpresa negativa, ¿no? Venías de un sistema mucho más respetuoso hacia los creadores.

—Ha sido difícil —reconoce. — Hubo una época en la que yo sólo me sentía legítimamente un “músico” cuando salía. Tocar acá, muchas veces es tocar por la buena onda, y era algo que no me esperaba cuando llegué. Es impresionante que el chileno promedio, el de la calle, no tiene idea del nivel de músicos que hay en Chile. Por eso hay tantos músicos de exportación: se van, y si vuelven quieren volver a irse.

Pero la opción de Laura Fuentes de establecerse en el país en el que nació y pasó su infancia es más fuerte que los resultados que pueda conseguir con ello. Están los compromisos afectivos (es pareja del destacado compositor y saxofonista Pedro Villagra), pero también la curiosidad por conocer su historia y, así, comprenderse mejor ella misma.

—Mi niñez [principios de los setenta] la pasé en tiempos de una explosión de interés por la chilenidad y la raíz folclórica. Estaba Víctor Jara vivo, y recuerdo que escuchar a Inti Illimani era tan cool como escuchar a Dylan. Tuve suerte, en ese sentido, y cuando volví quise investigar y aprender mucho sobre todo aquello que me había perdido.

La mezcla que resulta en su trabajo suele presentarse en Estados Unidos como “world-music from Chile”, pero Laura prefiere hablar de “pop étnico”. No sólo su educación binacional marca esa descripción, sino también su interés por cómo puede introducirse en una canción ecos de percusión africana o la raíz de los pueblos originarios (en Donde vivo hay una composición en mapadungún). Su sitio web grafica bien esta dualidad con una frase simple: “Aprendí cuecas en la escuela y cowboy-songs en la casa”. Asumir esa dualidad ha sido un proceso largo y, a veces, extremadamente difícil. Hoy Laura dice cosas ingeniosas sobre la “identidad”.

—La persona que tú eres, eso es lo auténtico. El productor con que trabajé en el disco me dijo una vez: “Lo interesante de ti no es que cantes bien o correctamente; hay muchas que hacen eso. Lo que importa son tus diferencias, tus errores, tu torpeza; eso de que seas medio gringa y medio chilena”. Antes, veía a un músico fantástico y me deprimía: “Nunca voy a ser como él”. Pero ahora pienso: “¿Qué es lo que nadie más es?”.

Esa diferencia es especialmente evidente cuando se ve a Laura Fuentes cantando en vivo. Secundada por dos músicos (el baterista Cristián Carvacho y el bajista Andrés Castelo), la cantautora se asume como la anfitriona de una velada en la que todo debe salir perfecto.

—Sé que cada persona llegó ahí por alguna razón y yo quiero que esa expectativa se cumpla. Eso pasa por una sorpresa, un cariño. De los cumplidos que pueda recibir, los que más me llegan son los de la gente que ha estado ahí, viéndome.

—¿No es frívola la música que suelen trabajar las mujeres en Chile?

—Está toda la oferta de la televisión, claro. Pero yo me he alejado de esa escuela medio pacata de la solemnidad excesiva, de considerar que todo lo que esté fuera de tú y tu partitura sea frívolo. Acá me he encontrado con gente que tiene más desplante, más entrega. Y yo he disfrutado mucho el irme “soltando”, incluso sacándome prendas de ropa durante el show; y no por querer ser sexy. La gente que sigue a cantantes como la Francesca [Ancarola], la Eli [Morris], yo, sabe que tenemos en común el hecho de que somos músicos, no modelos que cantan.

Los elogios y la comodidad que le ha traído el material de Donde vivo la orientan actualmente en la composición de canciones que seguirán una línea similar. “Me gusta el disco, y quiero seguir por ahí”, advierte, aunque sin apuro por dar una fecha de publicación. “Lo que sí, dándome el permiso para ser más rara”. No se trata de su acento “de gringa”: Laura Fuentes comprende bien que la mejor acepción de esa palabra tiene que ver con el riesgo de cualquier artista inquieto.

Lee el comentario del disco Donde vivo

Más información en: www.laurafuentes.com

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