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Bendito seas, Piazzolla

12 de Julio de 2005 | 00:00 |
Víctor M. Mandujano

Muchas veces los conciertos cobran relevancia por los programas y no por los grupos. En el caso de la única presentación que ofreció en Chile el Artemis Quartett de Alemania, el jueves en el Teatro Oriente, ambos factores se conjugaron admirablemente. A la afiatada sonoridad de Natalia Prishchepenko y Heime Müller (violines), Volker Jacobsen (viola) y Eckart Runge (cello y verdadera alma del grupo) se unió la selección de un repertorio de primer orden, donde sobresalió el notable arreglo de Runge para Suite del Ángel, de Astor Piazzolla, la obra mejor lograda de la noche.

El programa se inició con Cuarteto de cuerdas Nº 2 en La menor, Op. 13, de Félix Mendelssohn, que el autor escribió a los 18 años, en 1827, y que fuera elogiado por Goethe. En sus cuatro movimientos alternados, el Artemis lució una sólida inspiración interpretativa, especialmente en el tercer movimiento (Intermezzo: Allegretto con moto - Allegro di molto), que es un sonata en sí misma, donde conviven fugas y cánones en un todo envolvente que contó con una interpretación delicada y sutil.

Del argentino Astor Piazzolla se escuchó a continuación Suite del Ángel, en arreglo para cuarteto de cuerdas de Eckart Runge, que se inicia con el sincopado pizzicato del cello seguido por la viola, que trae perfumes del bandoneón. Con glissandos y golpes de arco en la caja, los diversos instrumentos van creando el clima arrabalero del tango y la milonga en un tempo giusto. El lucimiento y virtuosismo de Runge se hizo evidente, tanto en su creatividad como arreglista como en su impecable calidad interpretativa, casi siempre acompañando en pizzicato a modo de contrabajo. En suma, el corazón de la melodía. Gran desempeño tuvo también Natalia Prishchepenko, quien actuó como violín primero.

Los músicos debieron salir tres veces al escenario para agradecer los delirantes aplausos de un teatro repleto.

Finalizó el concierto con el conocido Cuarteto de cuerdas "Rasumovsky" en Fa mayor, Op. 59 Nº 1, de Beethoven. El primero de los tres que el compositor escribiera por encargo del embajador del Imperio zarista en Viena, el conde Rasumovsky, un melómano impenitente quien exigía que las obras incluyeran un tema popular ruso. En este caso, en el último de sus cuatro movimientos (Allegro). La agrupación ofreció una interpretación con ataques precisos y afinación a toda prueba, entre cuyos acordes se deslizan sutiles disonancias.

Fue una gran interpretación colectiva que respiró una común sensibilidad, sobre todo en la pirotecnia del cuarto movimiento, plagada de finales anunciados y no resueltos, como era costumbre en Beethoven. Los cálidos aplausos obligaron al Artemis Quartett a ofrecer como encore el 2º movimiento del Cuarteto Op. 130, de Beethoven, obra que puso punto final a una velada memorable.
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