Marcelo Contreras
Los decibeles fueron más bien mezquinos. Quienes fueron por descargas eléctricas, debieron conformarse con otra clase de voltaje. Luis Alberto Spinetta, la noche del viernes ante un colmado Teatro Oriente, paseó por su amplio repertorio hilvanando una atmósfera íntima, de reunión casi a hurtadillas, con el público chileno.
La posición de su banda ya decía algo: todos muy cerca, mirándose directo a la cara y sonriendo. Cómplices del delito de disfrutar su trabajo. Spinetta conversó con la audiencia. Rió como un niño ante el aplauso rabioso que lo recibió. Se burló de los críticos trasandinos, que lo clasifican en la hora de la retrospectiva. Sólo tomó su guitarra y cuadró un efecto imaginario para su instrumento: la clase de sonido que no necesita distorsión. Sólo un pulso fluido, donde el rock sin etiquetas encuentra en Spinetta un sólido paradigma.
