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El culto a la extrema virtud 7/12/2005

07 de Diciembre de 2005 | 14:09 |
Marcelo Contreras

Entre los amantes de la acrobacia musical a pulso metálico, Dream Theater ocupa un puesto de privilegio. Veinticinco mil fanáticos coparon anoche la pista atlética del Estadio Nacional, para presenciar por primera vez en Chile a un grupo de músicos que habitualmente acapara portadas y lidera rankings en sus respectivas categorías instrumentales. Bajo esas coordenadas, Dream Theater es un espectáculo sorprendente. Es asombrosa la sincronía que despliegan para ensamblar largas suites de intrincada arquitectura, donde se alternan pasajes de furioso y matemático metal, con remansos que se alimentan del rock progresivo. La bisagra entre ambos universos es la voz de James LaBrie, un tono tan dotado como operático.

Sin embargo, pronto la lógica del quinteto estadounidense se vuelve algo reiterativa. Es como si cada pasaje compitiera con el anterior para superarlo en complejidad. Ahora bien, eso es exactamente lo que el público de Dream Theater desea y espera, en particular del guitarrista John Petrucci y del batería Mike Portnoy, los disciplinados cerebros tras la banda. Cada intervención de ambos músicos es una solapada justa por quien recibe más aplausos y vítores para coronar sus exuberantes solos.

Son los códigos de un culto masivo y alternativo a la vez -Dream Theater no es banda de singles ni privilegios radiales-, que ama la pretensión por sobre todo, y que recompensa con fervor esa clase de talento musical.
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