Marcelo Contreras
Todos los prejuicios con los últimos pasos de Carlos Santana quedaron sepultados con su presentación de anoche ante el velódromo del Estadio Nacional repleto. Sus duetos fríamente calculados, responsables de su renacimiento masivo de hace unos años con el multiplatino Supernatural, podían presagiar una jornada algo comedida. Pero Santana en directo es una clase que repasa desde el rock al jazz, bajo la constante impronta del ritmo latino. Hay décadas, un sonido y todo un estilo bajo su nombre, que en el escenario se activa como un temblor que paulatinamente aumenta de intensidad. Un movimiento cautivante.
La orquesta que el guitarrista comanda es un batallón de virtuosos que con elegancia y fluidez alterna protagonismos. Una manera lúcida de evitar que la performance se convierta en una maratónica sesión de solos. Así, como si se tratara de una relajada jam, hilaron una canción tras otra sin respiro, mientras Santana —con la actitud de un goleador que espera su segundo para atacar— intercalaba mortíferos solos. Cada intervención certificó que su destreza aún está intacta tanto en la guitarra eléctrica como en la acústica. El peso de un grande que creó su propio lenguaje.