Única presentación en vivo, el viernes, en el Teatro Oriente de Santiago.
Íñigo Díaz
Es difícil definir con exactitud cuántos de quienes estaban en el público llegarán a referirse a Medeski, Martin and Wood como "el concierto que cambió mi vida". Lo que sí está claro es que fueron quienes permanecieron firmes durante los 15 minutos de espera por el último bis, tras el cántico, ya nacional, de "no nos vamos ni cagando".
La amenaza de fiesta y baile en el Teatro Oriente, a cargo del trío MMW, sólo se concretó sobre ese final improvisado que trasladó nuevamente al ensamble a sus orígenes de 1991, cuando tocaban jazz con órgano Hammond en los espacios reducidos de Nueva York: pocos auditores, pero feroces.
Montar una fiesta en Oriente con las magnitudes de aquella que lideró el brasileño Ed Motta en 2004 es casi imposible de repetir. Pero MMW hizo funcionar su magnetismo y sacó de la manga sesiones de groove envolvente como para musicalizar una noche de completa celebración del cuerpo. Música que haría parecer fuera de tiempo a un Herbie Hancock funk y un charlatán al DJ Nicola Conte.
Pero hay algo más. Ninguna serie de música bailable planteada por MMW tiene tanto contenido ni llega tan alto al promediar el concierto, como cuando Chris Wood deja el contrabajo y toma en sus manos ese bajo eléctrico que suena en los estómagos para seguir al maître, John Medeski, y su carta de exquisiteces sónicas: Clavinet Hohner D6 (el sonido característico de Stevie Wonder en los 70), piano Wurlitzer, Arp String Ensemble (tecladillo que emula cuerdas), Mini Moog (como el de Los Jaivas), Mellotron (como el del antiguo King Crimson) y un órgano Hammond.
Desde ese arsenal de viejas tecnologías, MMW ingresa en un viaje de múltiples dimensiones y sensaciones, a través de sonidos extraños y sorprendentes, que algunos incluso jamás habíamos escuchado por estas latitudes. Hay pasajes experimentales de "ruidismo" por Medeski, otros reservados al magnífico monólogo de Wood (que bien podría haberse titulado "El contrabajo"), y también series de improvisación libre donde el baterista Billy Martin sale de su sillín para arrodillarse a golpetear cencerros, cuelgas de semillas, metales y todo tipo de juguetes: pitos, patos, gomas.
El lado sensorial de MMW ha sido mucho más intenso en la música de exploración que en la de celebración. Por eso el público prefiere escuchar en silencio antes que levantarse y bailar porque algo le suena a "bailable". Y como vino, también se fue: con un set de cámara con melódica (Medeski), pandero (Martin) y contrabajo sin amplificación (Wood). Pequeñas delicias en la adicción al jazz contemporáneo.
El LSD es "historia". Para algunos, Medeski, Martin and Wood plantearon una nueva adicción sónica.
Discos recomendados: Notes from the underground (1992), Combustication (1998) y The drooper (2000).