Gilberto Ponce
Luego de una fructífera labor frente a la Orquesta Sinfónica de Chile, el Maestro David del Pino Klinge, deja la titularidad del conjunto, al que condujo a uno de sus más altos sitiales artísticos.
Su trabajo no se limitó solo a la dirección, pues además se preocupó del estreno de obras de autores jóvenes, así como el preparar futuros directores, pero sin duda, el éxito más rotundo lo obtuvo en la gira que la Orquesta realizó por diversas ciudades de Alemania en el 2005.
En el presente ciclo de despedida, que consulta cuatro presentaciones, el maestro Del Pino, seleccionó obras y solistas que tuvieron significado en su trabajo en Chile. Es por ello que Luis Alberto Latorre, uno de los mejores pianistas chilenos, fue convocado para la interpretación del Concierto Nº 1 en Re menor, para piano y orquesta de Johannes Brahms, con que se abrió la jornada.
Latorre enfrentó la obra con seguridad y bastante aplomo en general, pero ciertas secciones adolecieron del peso necesario para llegar al espíritu del autor.
El segundo movimiento fue sin duda el más logrado, por el carácter lírico impreso por el solista, que fue secundado sensiblemente por la orquesta. Los movimientos extremos acusaron ciertas desavenencias entre solista y la orquesta.
En cuanto al sonido orquestal, este no fue el mejor, un tanto estridente en los forte, y fraseos poco cuidados. No obstante, en las secciones piano el sonido fue notable.
Creemos que ambos intérpretes, se confiaron en la sintonía entre ambos y en su peso musical, ensayando lo justo y necesario, confiados en su innegable musicalidad, pero que en esta ocasión fue insuficiente para los resultados que habitualmente obtienen.
Parecía grabación y se trataba de una versión en vivo. Así fue la interpretación de la Sinfonía Nº 5 en Re menor de Dmitri Shostakovich: con un sonido soberbio de principio a fin.
Del Pino demostró su total conocimiento de la obra, siendo capaz de desentrañar todos los "programas implícitos" en ella, manejar de la mejor forma los contrastes dinámicos, cuidar los equilibrios, logrando sobresalientes resultados de cada uno de los músicos, tanto en sus partes solistas, como en los tutti.
Del Pino fue capaz de adentrarnos en atmósferas, tanto dramáticas y oscuras, como irónicas o de tremenda fuerza, manteniendo en vilo a los espectadores, desde el sugerente comienzo, para avanzar luego en la poderosa progresión dramática, para luego entregar la danza del segundo movimiento en expresión casi grotesca. El tercero fue una clase en el manejo de los pianísimos, y en el desarrollo de las tensiones, para culminar en la fuerza avasalladora del cuarto movimiento, que fue la síntesis de todos los valores mostrados a lo largo de la interpretación.
Creemos que esta versión es el más justo homenaje al compositor al cumplirse lo cien años de su nacimiento, pues con ella Del Pino sacó a luz los mejores valores de la misma, con una orquesta de sonido internacional.